lunes, 2 de septiembre de 2013

PRINCIPALES CONDICIONES DEL YO EMOCIONAL


Al “yo-solo” construido emocionalmente siempre le dominará la duda o la insatisfacción (1) por alcanzar una compañía complaciente, un tú seguro que no le falle, que sea el que le comprenda en todas sus dimensiones y, así al lado, incondicional, le consuele.

Entonces, busca el “yo-solo”, por entre todos los avatares de la vida, a quien de forma más convincente le demuestre ser el “tú-encontrado”; porque lo buscará -como un mandato de su instinto de supervivencia- incluso aunque no quiera o lo hará, siempre, su subconsciente.

Pero el ser humano no es nunca sólo consecuente consigo mismo, sino con unos seres de una colectividad que les han transmitido intuitivamente que sienten “lo mismo” en el fondo de ese contexto –pues, también la emoción se ha educado socialmente, y se ha transferido al menos en su carácter social-, o sea, que como miembros de su hecho social son copartícipes de tal “angustia”, digamos, que busca o desea una solución. Deduciendo eso la permanencia de un valor existencial “de conjunto”, claro, de especie social que continúa con esa condición, que trasciende en usufructo de lo que comparte (2).

En el fondo, también es una cuestión -intelectivamente- de dignidad humana a pleno riesgo hasta más allá de su conciencia, apoyada en que el ser humano se habituó a acompañar y a ser acompañado: cada “algo” que conocía le significaba una compañía productiva de sentimientos y de intimidad –valoración de sí mismo- (3) y, por empatía, acompañaba a un momento presencial a eso que representaba -realmente- lo que había conocido. Con esto, defiende esta acción social en su individualidad, en su individualidad no aprehendida como sola, frente a todo límite, frente a cualquier terminación que no quiere concebir –ni siquiera puede hacerlo- emocionalmente (4); tal como Sócrates, en rectitud virtuosa, se enardeció -para sí mismo en convencimiento- fuerte contra la adversidad (5), construyéndose o preparándose muy seguro en su interior (el “conócete a ti mismo” le servía de escudo protector, y nada es más cierto).

El yo, con lo dicho, quiere al final descontaminarse, depurar su ciclo con una terapia de encuentro (saudade), o ser lo más fiel a “su origen” o a sus raíces pero, antes, sin despreciar su única y sobrevalorada conciencia: su esencia de irreductibilidad, su ego ya tanto sobrevivido –“luchado”- y a él sólo confiado, su sentirse separado -lo cual le provoca una alerta- de lo que no es (6).
Así, su telos es su propia conciencia inesquilmable, una gnosis del yo en cuanto que no procura únicamente disolverse en el todo que lo “protegerá” con... todo, sino que se siente un complemento particular -especial-, forjado, conformado (7), trascendido y, como tal, trascendente –un “camino de vuelta”-, una entelequia que se revela al final con una apropiación del yo –ya mirando hacia atrás- y, aun, con una remisión de él hacia la sinapsis del todo.


(1) Según la teoría pascaliana, la idea emocional es un “esprit de finesse” (corazón), un sentimiento de finitud que crea, por tanto, insatisfacción.
(2) Según Hegel, la ideación del yo se proyecta fuera también en el paso del tiempo; semejante es la teoría del “tiempo creativo” de Bergson. En Stendhal, nostalgia por valores interiores que, por supuesto, trasciendan.
(3) No existe intimidad ni valoración de uno mismo sin “el otro” como pretendida compañía social.
(4) El sentimiento de angustia “por desesperar de sí mismo”, porque tiene el ser humano el dilema ambicioso de “César o nada” defendido por Kierkegaard.
(5) Al final, en la proximidad de la muerte, se busca la reconciliación con todo, se anhela la paz, se anhela un destino liberador: el presentimiento -o la escucha de una voz “panteísta” que siempre llama- de Conrad.
(6) Heidegger propugnaba la irreductibilidad del ser que, eso precisamente, lo caracteriza ya como diferente, como un luchador de su diferencia.
(7) El “sentimiento” o el comportamiento de componer es la nemónica (memoria) de la naturaleza.