EL RESPETO INCONDICIONAL
Respetar incondicionalmente significa que, a lo que respetas, no le aplicas las condiciones de la racionalidad: misma tabla rasa racional para todos, autocrítica, dudar, exigir pruebas, exigir deberes y valores éticos, etc.
Como analicé en un ensayo anterior, el respeto incondicional es el valor "más horrible" que habita en el cerebro del ser humano. Jamás debió existir, y sí en su lugar una reticencia siempre en el castigo psicológico y una renuncia al castigo físico, éstos practicados sensatamente por la comprensión del derecho a la vida en circunstancias que en cada uno no le favorecen por igual.
Así es, todas las crueldades se han sustentado en el "respeto por respetar": El respeto al Islam, el respeto al cristianismo, el respeto a la monarquía, el respeto a las costumbres, el respeto a la "sangre azul", el respeto a los méritos de guerra, etc., y sólo significaron en el fondo una sumisión al privilegio de algún poder pero, además, el justificarle toda la injusticia que provocaba.
Tan fácil es que es lo primero que se le ocurre a cualquiera, es lo fácil, el arma más infalible para inmovilizar los sentimientos y las reivindicaciones del otro, por "intimidación" porque ¡como respeta!.
Lo más difícil, sí, es otra cosa. Siempre la norma y el atavismo han sido infranqueables porque, cuando se intentaban trastocar o cambiar, entonces salía oportunamente el brujo, el "imán", el mesiánico, el inquisidor, el obispo, el autócrata, el censor, el dictador ideológico, el burócrata que seguía órdenes, etc., para hablar de falta de respeto..., de una sedición o de impiedad o de "corrupción".
Por eso, el respeto incondicional se ha transferido como un trasunto, como una manía, como una repetición automática de lo inviolable al igual que un animal salvaje ya recibe el instinto de marcar las lindes de su territorio, ésas, ésas que nunca se han de sobrepasar por nadie.
No obstante, aparte, instalado ya en el conjunto de los valores éticos -en este contexto- adquiere una digna justificación; lo que implica que alguien ha comprendido su valor como un resultado, como un fruto de reflexión, no como un impulso, no como un sentimiento aislado equivocadamente tendencioso. Y, en tal sentido, respetar es una humilde sabiduría sobre lo que no se puede justificar en uno mismo ni siquiera en los demás: respetar es el no-consentimiento, el no-aprobar con las acciones precisas -no con la pasividad- lo que pueda ser injusto, con manipulación o sin ella, lo injusto aceptado contra la razón o contra un valor ético.
Luego, el respetar no se deducirá nunca del truco de ciertos sofismos o seudo-silogismos: "Si la Revolución Cubana respeta la equidad; con eso, respeto todo lo que haga la Revolución Cubana", "Si EE.UU. es una democracia y la democracia es el mejor sistema político de los posibles, en consecuencia EE.UU. no puede equivocarse" o "Si las armas de los terroristas sólo son las que causan terror, pues, jamás nuestras armas causarán terror".
Bien, ese respeto ético así asumido con coherencia siempre será un útil ejercicio de la libertad, pero habrá de "herir la sensibilidad" por obligado de aquéllos que imponen la sinrazón o la injusticia o matan o engañan... si quiere uno no engañarse a sí mismo; puesto que nuestra capacidad de comprensión no puede estar enceguecida ante lo indignante o ante lo peyorativo; aún más, no puede impedir por impedir alguna protesta o alguna crítica para dejar en claro o contrastar qué es lo despreciable en cada caso.
Tened en cuenta que tan sólo la razón o el conocimiento, eso que es propio del ser humano o debería serlo, ha herido a las sociedades que nos han precedido -también a ésta-; y les hería tanto que eran capaces -los que la representaban- de perseguir o, incluso, de matar por ello. No soportaban el conocimiento o la libre expresión. "La divina comedia" de Dante, "Las cartas persas" de Montesquieu, "Las cartas marruecas" de Cadalso, "Las flores del mal" de Baudelaire -o los escritos renovadores en general- herían a los más reaccionarios, a los más "guapos", a los que menos querían que algo cambiara de cada época. Sin duda, fue así, el conocimiento herirá siempre a los retrógados.
Dejémonos de malos cuentos. "Herir la sensibilidad" será tan necesario mientras existan mentes cerradas contra la comprensión de unos valores en su conjunto; a no ser que se haga gratuitamente, algo que es no menos que estúpido. A los injustos siempre les molestará o les herirá que le digan que son injustos.
Y sobre la crueldad: se debe especificar tal o cual y "justificar" o comprender las expresiones "de los que la reciben". Sin tapujos, las cosas no es que tengan una parte positiva y otra negativa para que sean aprobadas a ciegas, sino que a unos les afecta y a otros no -se alían con ella o, al no indignarse, no la sienten y son positivas para ellos-.
Pero ha de decirse siempre todo lo que ocurre por… dignidad de reconocerles las injusticias a aquellos que la reciben.
Respetar incondicionalmente significa que, a lo que respetas, no le aplicas las condiciones de la racionalidad: misma tabla rasa racional para todos, autocrítica, dudar, exigir pruebas, exigir deberes y valores éticos, etc.
Como analicé en un ensayo anterior, el respeto incondicional es el valor "más horrible" que habita en el cerebro del ser humano. Jamás debió existir, y sí en su lugar una reticencia siempre en el castigo psicológico y una renuncia al castigo físico, éstos practicados sensatamente por la comprensión del derecho a la vida en circunstancias que en cada uno no le favorecen por igual.
Así es, todas las crueldades se han sustentado en el "respeto por respetar": El respeto al Islam, el respeto al cristianismo, el respeto a la monarquía, el respeto a las costumbres, el respeto a la "sangre azul", el respeto a los méritos de guerra, etc., y sólo significaron en el fondo una sumisión al privilegio de algún poder pero, además, el justificarle toda la injusticia que provocaba.
Tan fácil es que es lo primero que se le ocurre a cualquiera, es lo fácil, el arma más infalible para inmovilizar los sentimientos y las reivindicaciones del otro, por "intimidación" porque ¡como respeta!.
Lo más difícil, sí, es otra cosa. Siempre la norma y el atavismo han sido infranqueables porque, cuando se intentaban trastocar o cambiar, entonces salía oportunamente el brujo, el "imán", el mesiánico, el inquisidor, el obispo, el autócrata, el censor, el dictador ideológico, el burócrata que seguía órdenes, etc., para hablar de falta de respeto..., de una sedición o de impiedad o de "corrupción".
Por eso, el respeto incondicional se ha transferido como un trasunto, como una manía, como una repetición automática de lo inviolable al igual que un animal salvaje ya recibe el instinto de marcar las lindes de su territorio, ésas, ésas que nunca se han de sobrepasar por nadie.
No obstante, aparte, instalado ya en el conjunto de los valores éticos -en este contexto- adquiere una digna justificación; lo que implica que alguien ha comprendido su valor como un resultado, como un fruto de reflexión, no como un impulso, no como un sentimiento aislado equivocadamente tendencioso. Y, en tal sentido, respetar es una humilde sabiduría sobre lo que no se puede justificar en uno mismo ni siquiera en los demás: respetar es el no-consentimiento, el no-aprobar con las acciones precisas -no con la pasividad- lo que pueda ser injusto, con manipulación o sin ella, lo injusto aceptado contra la razón o contra un valor ético.
Luego, el respetar no se deducirá nunca del truco de ciertos sofismos o seudo-silogismos: "Si la Revolución Cubana respeta la equidad; con eso, respeto todo lo que haga la Revolución Cubana", "Si EE.UU. es una democracia y la democracia es el mejor sistema político de los posibles, en consecuencia EE.UU. no puede equivocarse" o "Si las armas de los terroristas sólo son las que causan terror, pues, jamás nuestras armas causarán terror".
Bien, ese respeto ético así asumido con coherencia siempre será un útil ejercicio de la libertad, pero habrá de "herir la sensibilidad" por obligado de aquéllos que imponen la sinrazón o la injusticia o matan o engañan... si quiere uno no engañarse a sí mismo; puesto que nuestra capacidad de comprensión no puede estar enceguecida ante lo indignante o ante lo peyorativo; aún más, no puede impedir por impedir alguna protesta o alguna crítica para dejar en claro o contrastar qué es lo despreciable en cada caso.
Tened en cuenta que tan sólo la razón o el conocimiento, eso que es propio del ser humano o debería serlo, ha herido a las sociedades que nos han precedido -también a ésta-; y les hería tanto que eran capaces -los que la representaban- de perseguir o, incluso, de matar por ello. No soportaban el conocimiento o la libre expresión. "La divina comedia" de Dante, "Las cartas persas" de Montesquieu, "Las cartas marruecas" de Cadalso, "Las flores del mal" de Baudelaire -o los escritos renovadores en general- herían a los más reaccionarios, a los más "guapos", a los que menos querían que algo cambiara de cada época. Sin duda, fue así, el conocimiento herirá siempre a los retrógados.
Dejémonos de malos cuentos. "Herir la sensibilidad" será tan necesario mientras existan mentes cerradas contra la comprensión de unos valores en su conjunto; a no ser que se haga gratuitamente, algo que es no menos que estúpido. A los injustos siempre les molestará o les herirá que le digan que son injustos.
Y sobre la crueldad: se debe especificar tal o cual y "justificar" o comprender las expresiones "de los que la reciben". Sin tapujos, las cosas no es que tengan una parte positiva y otra negativa para que sean aprobadas a ciegas, sino que a unos les afecta y a otros no -se alían con ella o, al no indignarse, no la sienten y son positivas para ellos-.
Pero ha de decirse siempre todo lo que ocurre por… dignidad de reconocerles las injusticias a aquellos que la reciben.