jueves, 30 de octubre de 2008

LA IMAGINACIÓN


El nivel de inteligencia de los animales -excluido el del ser humano- se encuentra condicionado o limitado por el instinto, porque corresponde a mínimas acciones y repetitivas, es decir, no se crea más necesidades (necesidades creadas) para actuar y, además, no atiende al entorno en general, a demasiada amplitud; así es, se interesa por cosas muy concretas.
Lo primero que se sabe es, por ello, que posee una reducida y suficiente atención: la que deriva más de su instinto de supervivencia y es asegurada, repetida una y otra vez -a través no de una memoria ampliamente significativa, sino mecánica-, a impulsos instintivos.

Está claro que si un ser vivo tuviera una necesidad vital ajena a esa impulsiva conllevaría una atención mayor al entorno; porque al momento se relacionaría con respecto a él no en función de "lo que le sobrevive", sino de lo que añade por él mismo (por voluntad), contempla, y adquiriría lo imprescindible en el hecho intelectivo: la capacidad voluntariosa de recordar.

Desde eso, sólo una nueva situación biológica-medio habría de provocarle la no-repetición de funciones a algunos de sus miembros orgánicos (con la ayuda probablemente del medio que le eliminaba o le sustituía el resultado a tales funciones) a favor de la búsqueda de otras.
Por ejemplo, que su nuevo medio careciera de árboles y dos de sus extremidades habituadas a treparlos le sirvieran luego, durante un largo tiempo, a una función "más creativa" y también como defensa contra sus depredadores.
El caso es que el erguimiento, la bipedestación, ha sido el único recurso viable -ya es un hecho- por el cual un ser vivo entre tantos fue capaz de iniciar experiencias: por él mismo, por voluntad.
El suceso, tal hecho ayudado por otras particulares circunstancias, consiguió inevitablemente que él ahí prestase más atención a lo que le rodeaba y, eso, significa que se motivaría por seguir experimentándose con el entorno ya de forma decidida, lúdica.

Pues bien, una actividad lúdica duradera no puede por menos que desarrollar otro tipo de memoria menos "mecánica", menos mecánicamente causa-efecto, y más generativa de una percepción sobre el diferente uso de las cosas, esto es, incentivadora de una conciencia que experimenta -para sí- la utilidad, el valor nuevo -el afecto o el sentimiento creado-, la empatía por las cosas -el participar con sus existencias-.

Y eso no es sólo simbólico, es algo más que simbólico; y no es sólo lenguaje o comunicación, es primero autolenguaje o autocomunicación: es un darse cuenta o, mejor, es el sentido de que algo puede ser útil en deteminadas maneras que él mismo maneja (con las manos), que él mismo manipula y descubre.
He ahí que adquiere la capacidad del descubrir, a su voluntad, utilidades para una u otra necesidad y, desde eso, aun para necesidades nuevas.

El ser humano es el único ser vivo que "vive" lo que se encuentra a kilómetros de él; y sólo porque... lo ha retenido de un modo muy particular -propio- en su mente: es capaz de recordar más en suma. Pero, ¿porque? Pues por imágenes, es decir, lo que ve o toca o huele relacionado o referenciado por conceptos, por símbolos -de una u otra índole- significativos -aquellos que no corresponden a la memoria instintiva- que utiliza para recordar.

La memoria significativa o simbólica o intelectiva se basa en que se reproduce una experiencia relacionándose con un símbolo que la hace ser almacenada y, luego, coherente o conectiva a través del mismo o de un parecido estímulo simbólico, se evoca a una experiencia en general.
Por lógica, es de esta manera más probable y en parte ya probada, el recuerdo se "almacena" para ser evocado simbólicamente o referenciado a una experiencia presente o conciencia, como propugnaba Bergson; mientras, está a la espera, en la inconsciencia, para ser después convertido en imagen que provocará asimismo un estímulo simbólico o conceptual.

Se recuerda, de seguida, lo que guarda conexión hasta un presente, pero sólo existe conexión con una obligatoria relación; y una imagen no puede estar conectada en la mente sino por sólo conceptos que son los instrumentos que "recogen" cada imagen.
Por ejemplo: Sobre una mesa hay miles de fotografías -representando a la inconsciencia- y, donde se recoge una o varias que corresponde a lo que se ha vivido en ese instante, es en la construida conciencia a través de la imaginación; y, en efecto, puede rescatarlas porque existe una conexión, un gancho, una capacidad de relación o de identificación, una vía, una simbología constante -un orden simbólico- que le permite "llegar rápido", "encontrar rápido" esas precisas que corresponden a lo que está viviendo en ese instante.
No es "un recoger" sin sentido (o sea, sólo por voluntad), sino sujeto a un sentido simbólico, trascendental en el contexto también intuitivo.

En claridad, la imaginación es la que se remite por ella misma a una coherencia, a la razón; aunque otro aspecto de la imaginación es que puede deformar voluntariamente la realidad fantaseándola: recurrir a construirse como no son las cosas porque eso causa emociones nuevas en un beneficio de huir o de evasión de lo que le daña la realidad y porque la imaginación también ya idealiza, proyecta al futuro ideas deseadas. Eso, pues, es más o menos lo que llamamos fantasía.


Notas.-

El ser humano no recibe información, sino que conecta directamente a su simbología -de su experiencia general- experiencias y, de esa conexión, ya hace información; pero cuando las experiencias las personaliza o las impregna además con su propia simbología. La imagen simbólica no es sólo imagen visual, sino imagen conceptual; en los invidentes es estrictamente conceptual.

La imaginación es, por definición, lo que evoca una memoria organizada o desorganizada pero, en la conciencia, siempre si es organizada con respecto a la realidad puesto que es más o menos entendimiento; y es su instrumento.
La conciencia es lo evocado con un entendimiento, lo organizado -entendido- como memoria simbólica con respecto a lo real, el resultado presente de la atención más o menos voluntaria al medio, o sea, aquél conseguido desde unas experiencias iniciadas para ser resueltas por el mismo sujeto (conciencia implica también siempre algo de autoconsecución); el cual ha contemplado sus nuevas y continuadas funciones orgánicas provocadas en y por el medio.

El recuerdo es la evocación misma, la evocación de experiencias-imágenes llevadas hasta la conciencia; donde interviene el apto consciente del instante (“el apto de un actualizar”) porque sea real (en la imaginación no, pues ésta se encuentra también en los sueños donde grados de inconsciencia reducen que el recuerdo sea real y no deformado).


Lecturas recomendadas: Henri Bergson ("Ensayo sobre los datos inmediatos de la conciencia", "La evolución creadora"), John Dewey ("La escuela y el niño"), el cual experimenta que, cuando conscientemente se decide el cambiar una organización de vida en beneficio del progreso intelectivo, el ser humano recurre a todo su potencial imaginativo.





miércoles, 15 de octubre de 2008

ENSAYO SOBRE LA RAZÓN
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RESUMEN

La razón es la razón y es independiente del interés del ser humano para obtenerla o no (aunque para una concepción egocéntrica el objetivo es frecuentemente ocultarla).
Un animal a otro le dice qué es posible comer, cuál es el mejor modo vital, etc., lo que es decir razones plenamente aceptadas; pero, el ser humano utiliza la palabra para comunicar sobre lo que él está interesado, y no para tolerar las cosas como ellas son: finge, miente y niega sin sentido.
Cuando un científico quiere censurar a otros y no acepta ninguna respuesta o postulado diferente, está fuera de un ámbito racional y de un camino de verdad.




ABSTRACT

The reason is the reason and it is independent of human being interest to get it or not (although for a selfishness point of view the goal is frequently to hide it). An animal tells to another What’s possible to eat, what’s the better vital way and so on, what it’s to say reasons fully accepted; but the human being uses the language in order to communicate about what he is interested and not in order to receive things as they are: he pretends, he lies, and he denies without sense.
When a scientist wants to censure to others, and he doesn’t accept any different answer or postulate, he is out of rational area and out of a true path.












1.- LA RAZÓN: UNA PROPORCIONALIDAD DE CONCIENCIA

Algunos creen que la razón es un planeta al que hay que visitar todos los días o al que de vez en cuando –por modas- se deja de visitar.
No, la razón es ya una propiedad, una condición humana que aumenta bien con unos conocimientos o bien con otros; o sea, con conocimientos diversos: por el mito, por la admiración, por la religión, por el rito, por la costumbre, por el arte, etc. Puesto que el pensamiento se hace de la experiencia o del aprendizaje que conlleva inexcusablemente conocimiento, puesto que el conocimiento ha de recibirse del medio –no de la nada-, puesto que el medio existe al ser el único sustento por el cual se actúa, se interacciona, se comunica su... naturaleza.

No, la razón no es una opción, sino que “ya está” en una proporción mínima y, a partir de ahí, cada cual evita o disimula o, por el contrario, se abre para “producir” un mejor producto –resultado- sobre ella, en calidad. Considérese esto, en cuanto el ser humano piensa ya razona, en cuanto conoce algo también, en cuanto no quiere conocer ése algo en concreto también porque se dispondrá o procederá a otro conocimiento, otro inevitable conocimiento, aunque prescinda de una mejor calidad.

Así, cualquier conocimiento, cualquiera, siéndolo, arrastra o contiene una dosis de racionalidad; bien, el que el mito pueda enseñar por ejemplo.
Pero, por siempre, el mito es racional de base porque sencillamente los elementos por los cuales se enraíza –o se enraizó- son racionales (el descubrir la causa de algo ya hecho o creado, la veneración o protección de ese hecho o el temor o sufrimiento a perderlo). Lo que ocurre, siquiera, es que ciertos conocimientos se dirigen –en cuanto se cohesionan para “aunar” más realidad- hacia el reconocimiento de lo que actúa –siendo realidad- sólo de una forma en determinadas circunstancias; como ejemplos: el respirar, el comer, la evaporación, la deshidratación, etc.
Sí, con esto –con tal disposición- se consigue una razón mayor, un mejor conocimiento consciente de la realidad, una objetividad: una compresión y tolerancia de reglas naturales, ¡eso es la razón!

De entre los miles de conceptos, un concepto subjetivo, desde luego, no es lo mismo que otro concepto subjetivo –ni con el que se le parece- desde otra parte del mundo, porque es –por discernimiento- un concepto subjetivo de.... una “naturaleza” y de una intención subjetiva.
A ver, ilusión no es lo mismo que sueño, por cuanto son dos conceptos subjetivos o usados por la libertad de tal o cual ser humano, pero los dos derivan de una objetividad o hecho común –que se proporciona desde un hecho-, los dos se producen por la esperanza, por la “acción de la esperanza” –en China, en Madagascar o en Filipinas-; pero, mientras en uno actúa directamente la intención (ilusión), en el otro no (sueño).
Claro, digamos que de la "acción" de quienes esperan, de tal capacidad, unos particularmente prefieren llamarle sueño -atendiendo a sus inconscientes-, otros ilusión u otros quimera a medida que sus circunstancias quedan determinadas de una muy personal predisposición o forma – derecho tienen sus sentimientos a que la busquen, ¿cómo no?-.
En cambio, otro asunto es que un chino se dirija a su médico para que le ampute un dedo gangrenado y le hable de la cabeza; he ahí que sólo sirve, sólo lo discierne, un concepto universal –a través de una palabra u otra, ya que se trata de un "contenido" identificativo-: el que contiene la realidad que significa un dedo, no una cabeza, no una serpiente voladora.
He ahí que la razón corresponde a que, en verdad, sea utilizada por comprender o aceptar o conocer la realidad; y no elige ella, sino que es elegida ante todo.

Para cualquier ser humano del mundo el concepto de “frontera” propende a un sobreentendido cuando, al menos, se alude en un contexto físico; en realidad un concepto objetivo es un sobreentendido –como son los conceptos instintivos-.
El mar lo es, todos saben que es una acumulación de agua y que existe para… todos –al margen de lo que se le añada de connotaciones o de sugerencias que, en “suma”, también... son necesarias-.

Desde eso, el racionalismo filosófico que se constató en el siglo XVII no descubrió la razón, sino que se “desembarazó” de un prejuicio establecido en torno a ella, de ése precisamente que insistía e insistía en concebir que cualquier conocimiento contenía el mismo grado o nivel de racionalidad; es decir, se desinhibía del geocentrismo imperante en tanto que no consintió todos los métodos como válidos –el todo vale- y, así, se avino a un discurso más racional, a una argumentación que eficazmente dio el primer paso –después del oscurantismo medieval- para desligar la filosofía y la ciencia de la metafísica teológica.

Cuando se habla de “idealismo” o cuando se defiende, no, no se exime del pensamiento o del análisis racional ya que la idea, eso, es una proyección del concepto (bien, a veces para verificar otro concepto), sino que, como idea, no quiere o prefiere no desligarse del subjetivismo por cuanto también interviene en la realidad social e individual; pero mezcla o “une” o elige confundir los conocimientos por una conformación kantiana o trascendental con las riendas del todo –de los conocimientos no discernidos- sin más, pues, para que no sobre nada -porque atiende a la ilimitada emoción-.

La razón, por supuesto, no reivindica: únicamente se reconoce con unos conocimientos y, tras ellos, con una conciencia conseguida al cohesionarlos –que es otro tipo de conocimientos-.
A veces no se reconoce porque no se llega a un resultado consciente, por falta de comprensión; como es el caso de Schopenhauer cuando propugna que no hay razón de ser de la voluntad y, de inmediato, concluye que ella sólo quiere repetirse. ¡Ah!, pues entonces ahí está una razón, una, una ya al menos: precisamente la de querer repetirse.

La primera falta de reconocimiento empieza en que la voluntad sólo es una “ansiedad de conocimiento” –o por aplicarlo- y, siendo así, implica el ansia misma del pensamiento en su devenir, hacia los posibles errores también.
En otras palabras, aunque ansíe, ansía el pensamiento no la Luna, sino lo que se tiene, no lo que no se tiene y, en efecto, en tal restricción, todos los tipos de conocimiento inevitables.

Por ello, es una trampa el uso partidario de la voluntad para hacer de ella una exclusión de su atribuido sujeto que ya la ejerce así -como un juego sin salida-, pues la voluntad no la posee sino un ser antes que nada, un ser con conocimientos que, para seguir inevitablemente conservándolos o aumentándolos, necesita voluntad: motivación.
Es decir, tampoco es opcional la voluntad, no lo es pero, sin embargo, sí cuantitativamente o los incentivos personales que se le dan para que aumente.
¡Ah!, pero ahí, para que aumente, se requiere una conciencia también de que así se desea, de que a eso se responde, o sea, se requiere una conciencia o ya unos criterios madurados porque, por ellos, se oriente la voluntad hacia algo concreto –considerando que la voluntad no existe sin orientación, sin orientación racional-.
Existe voluntad porque... se dirige a algo.


Schopenhauer, además, sitúa a la voluntad en un proceso únicamente azaroso (un error, pues es lo contrario a la orientación antedicha), como si estuviese existiendo con una establecida independencia con respecto al ser humano -o algo "metarreal" por encima de él mismo-.
La voluntad no, no puede separarse del sujeto que... la dirige.






2.- RAZÓN Y CONCIENCIA

El ser, el “algo que es existencial”, la forma material (1), el ente real (2) sólo puede –por existir- actuar; pero no actúa indistintamente, igual a todo lo que es real, sino actúa de una manera porque el ser y los seres, el acto y los actos, existan.
No actúan, pues, los seres indistintos a través de una monoacción, por cuanto actúan en diferentes circunstancias e interacciones o, lo que es lo mismo, se remiten a la multiacción, a la condición que cada cual presenta ante unos principios del movimiento (quinesionomía).
Es decir, el que actúa, el “actuador” situado obligatoriamente en el espacio y en un contexto interactivo –no en la nada- lo hace a o de una manera interactiva, de una “forma”.
Por eso la razón respeta –no impone- que existe un “actuador” para que se haga la acción –el movimiento- y un modo de hacerlo –no pasivamente, no quieto-.

La razón no, no la ha inventado el ser humano ni la naturaleza sin son –puesto que sería negarle a ella su acción y sus condiciones-; por el motivo de que cualquier sujeto reconoce –inherencia inevitable al existir- que está ya lo que actúa y lo que consigue, lo que produce o, en efecto, “hace” al actuar de un modo –con una “forma”-.

La razón la posee todo ya al existir –por ser actividad al momento conlleva una conformación de actividad-; en cambio, lo que un ser puede o no puede alcanzar es cierta conciencia de razón. Y, más, optará por no lograrla si ha alimentado una sublimación –algo anexo al pensamiento-, un narcisismo excesivo de la emoción que se encamina al desprecio –no al reconocimiento- de su propia naturaleza.

Un ser humano “sabe” que “es” naturaleza, es cierto, y que se suma como un ser vivo dentro de ella; sin embargo, luego con la emocionalidad, por su cultura que se extiende en sus hábitos, con su condición o con su “forma” va imponiendo una uniformidad que él se cree –se sugestiona...negando-.
Entonces, se urde así antropocéntrico en tal creencia, aun considerando que la razón gira en torno a él pudiéndola manipular como quiera, aun considerando que él sólo ha determinado la razón, que la puede así utilizar en pos de su emocionalidad antrópica y, además, que la puede engañar, que la puede… destruir. ¡Lo que hace cierto creer!


Por ello, su voluntad emocional le insta a separarse de la naturaleza ya como “yo” especial, iluminado, poderoso a medida que... niega, riéndose con el “todo vale”, escupiendo a su medio a veces con la frivolidad más deforme o descabellada, más incoherente: destruye bosques, hace desaparecer especies...
Se ríe con su cabezón riente no respetando nada a lo que todo se lo debe.
Pues elogiará, “convendrá”, amoldará y apuñalará a la razón porque él entiende emocionalmente que es suya, ¡suya!, no de la naturaleza, sino ¡suya!, como un dios ahí omnipotente por encima de todo, de lo más grande y de las tinieblas.
De hecho, hasta hace poco algunos Presidentes se reían del Medio Ambiente como de su madre.

En el fondo, por ese contexto, no reconoce conforme su emocionalidad niega, en tanto que habla del “yo” y, más lejos, la naturaleza a rastras, a sus pies deseada suplicante a lo que su corazoncito endiosado pisa; impone para sí, antepone, enciega con pasotismo y, si no, decide la ira temiblemente, morbosamente emocionada con sus armas. Sólo por... ese contexto autosugestionado.
A veces, cuando habla del ser, se sitúa él y todo lo que no es él, el Ser y el Universo, Él y el Universo, cara a cara, frente a frente y la razón, en ese contagiado afán, la adapta a eso; luego como bocazas gritará: “¡La realidad no la percibo (pues... su emocionalidad se impone), yo he creado una nueva realidad!”.

Empero la realidad –con toda la razón de serlo- sólo lo ha permitido a él, sólo ella ha actuado para que él sea, sólo ella “quiere” que eso diga -se lo permite fácticamente, por tolerancia-; y no, no se tranquiliza ni reconoce –al fin- que ella lo ha ofrecido, lo ha “parido”.
No obstante, también el “hijo” con aires de grandeza desea inventarse un tratado sobre él y lo que él crea distorsionadamente, apegado a su emocionalidad inquisidora, reprochando que no la percibe a la madre, no, sino que él –Él- posee la suya: una venida de ninguna existencia ajena a él, como trascendida de su centro inútil o nada, de su propia mentira.

Comoquiera que un tonto se sobrealimente o que un tonto se invente Babias, la realidad únicamente pare realidad, es la realidad –es la razón-, y cada una de las células o sus propias interacciones reciben realidad y, por ello, conocen sin excusas realidad porque, cuando reaccionen, de seguida, su expresión física y natural sean –sin remedio- realidad.

La razón no, no la depara un “más allá”, ni un talante de un soplamocos, ni una emoción cínica de un sí y un no al mismo tiempo, ni algo de un vaso medio lleno o medio loco, ni algo de un perverso que defiende en exterminio “ése no tiene dignidad”, ni algo de un seudofilósofo (filósofo sólo es el que demuestra filosofía: ¡nada más!) borracho u onanista del ser o de su poesía excrementada en digresión: porque no es más que el reconocer que se vive –aunque se niegue- realidad, que se dice –aunque se niegue- realidad.

El ser –algo que actúa-, cualquier ser, éste o aquél, no supone menos ser que el ser humano, y corresponde también a la realidad, a lo que existe real (3) en un contexto... real.
Ahora bien, la realidad tiene –porque sucede con razón, con reglas- sus condiciones, sus “posibilidades” en ese contexto en concreto; es decir, se atiene a unos principios, a unos “universales” con respecto a unas u otras circunstancias: es realidad que se ordena “con” los recursos por los cuales puede ordenarse.
Y esos recursos han de existir porque se ordena, porque sea.

Un universal no se restringe al mismo hecho, a la sustancia actuante, al ser, sino a la “capacidad” real de lo que puede hacer; por lo tanto, no es cierto lo que defendía Ockham (“Que el universal no es sustancia existente fuera del alma”), sino un universal guarda su equivalencia con las “posibilidades reales” a las que se encuentra condicionado por ser.
Por ejemplo, no, no es sólo un universal el movimiento, sino una capacidad concreta y determinada –debido a unas condiciones- por ser más o menos movimiento.
Son universales... las “cualidades” de los elementos, la razón de ellos por expresar el movimiento (la susceptibilidad al calor, a la interacción con otros elementos, etc.).

Una sustancia es, en esencia, lo que comporta una realidad y el desencadenante de una realidad.
El ser humano es una sustancia (universal), puesto que comporta una realidad; aunque lo demás, las otras formas desencadenantes de su realidad también son sustancias con la consideración de que, una sustancia, de hecho, establece una forma de actuar, una distinción y, por ende, una analogía con respecto a otras con una proporción en condiciones semejantes.
Por ejemplo, en “El perro es un animal”, el perro no es sustancia por ser animal sólo sino, por entre otras condiciones, por ser animal. El perro no tiene la única, la aislada, la iluminada condición de ser animal; más bien, por ser animal, al serlo, presenta una condición imprescindible que es la de ser animal.
Por lógica es incierto que perro = animal, como es incierto que máquina = energía, como es incierto que signo = expresión; entremedias hay, se desenvuelven, diversas condiciones para que el perro, la máquina o el signo “sean” un animal, una energía o una expresión respectivamente.

Lo que pasa es que el ser humano es y, aun, retuerce lo emocional, dado a las reducciones y a las sublimaciones.
No, no es que pida un coeficiente intelectual por encima de doscientos, sino que, con menos, por un niño –mediante la enseñanza- se debería avanzar respetando lo que nos rodea o lo que nos conforma, y nunca contra natura. Ser inteligente es demostrar ser inteligente, no decirlo: no decir que se tiene un coeficiente intelectual alto mientras se defienden estupideces -que suele ocurrir-.
He escuchado de “sabios” que la mayor responsabilidad de la educación la tienen los padres; pues no, ¡no y no!: por absoluta lógica la educación de un ser, cualquiera, radica inevitablemente en la cantidad de horas o de tiempo que recibe de cierta educación, y es de sobrada evidencia que, mientras un niño escucha apenas unos minutos a sus padres al día, de la educación de la televisión escucha cuatro y cinco horas al día.
¡No!, a estas alturas que se pretenden cívicas, basta ya de tanta ligereza e irresponsabilidad.

En eso, si se enseña por sistema a desarrollar –anejos- unos conocimientos retorcidos –por mi parte rechazaría tal educación-, entonces, de inmediato un niño podría identificar o aplicar un método de entendimiento así: energía = expresión = animal, adecuado a que la energía expresa un animal, al lado de energía = animal = expresión, adecuado a que es energía un animal que se expresa o es la energía un animal que se expresa, al lado de expresión = animal = energía, adecuado a que la expresión es un animal o un animal energético.

Las reducciones o paralogismos que en algunos científicos y pensadores he advertido conducen a un menosprecio por lo más sencillo a favor de emociones... cada vez más arriesgadas de incoherencia.
Y es que, encima, la moda o el “tonteo manipulador” es lo que anteponen los medios de comunicación a cualquiera que no, que no está a la moda de negocios o seudorazones.




(1) Duns Scoto (o Escoto) pensó que la materia puede existir sin la “forma”, que ésta la da la razón; algo imposible, por cuanto la materia ha de tener una actuación –al ser movimiento-, una manera, una forma de actuar.
(2) Siendo el “ente” (o “étant”) una noción del entendimiento, a veces subliminalmente de lo que no existe, cuando se une a “real” se trata del ser, de lo que existe, de lo óntico real.
(3) Lo que existe es real, posee realidad –actividad- de existencia; en cambio, “existe” la inexistencia como delimitación, no porque exista “realmente”, sino para reconocer que lo que no es real no existe, es “inexistente”.







3.- LA VOLUNTAD RACIONAL O REALISTA

Nosotros, los seres humanos no pertenecemos a la historia en un sentido efectual (1), en un sólo sentido, sino en todos los sentidos que nos hereda el pasado, pues estamos “comprendidos” en él.

El pasado amplía, predispone, desde luego no reduce el progreso más o menos eficaz que implica la humanidad, en cuanto a proyecto, a proyección de sus consecuciones; es decir, lo desarrollado técnicamente le irá al ser humano condicionando y, asimismo, lo que haya conseguido socialmente o culturalmente.
Eso supone que no es un resultado a secas expuesto en el presente, sino un modo de ser, una continuidad de ser, una disposición nueva o sucesiva del ser que condiciona al presente: un plus, un modelo, una tendencia inconsciente o inmanente, una cierta reacción que dispone ya al “vivirse”.
No se localiza de improviso en el presente; mejor, se encuentra facilitado en un presente, en uno en el cual se rehabilita, conoce más y, por ello, depara más conciencia en él; por lo que “controla” cada vez más mientras actúa.
Tampoco está adecuándose para un fin, “ad hoc”, sino se sobrealimenta sin un fin, aunque previendo un suyo propio y otro social de acuerdo con su pasado y con la continuidad de éste que no puede erradicar como sustento.

La voluntad del ser humano quiere comunicar... cultura, quiere “entenderse” como cultura, quiere no renunciar a ciertas tradiciones, de su “tempus mitológico” incluso, de su no-sentirse-solo como estímulo; pero, antes, se encuentra inmerso en toda su “naturaleza continua”, en su precedida comunicación e interacción y, por ello, arrastra o conlleva multitud de conocimientos que lo “determinan” como ser-acto, ser actuado y actuante, ser continuo, ser como una actividad concreta o complementaria de la naturaleza misma.
Aquí es donde Heidegger -en esencia- se equivoca; puesto que el ser (Dasein) no es un ser-ahí, “arrojado ahí”, situado fijamente ahí, no, debido a que no tiene una situación precisa como un ente independiente, solo, como una pretensión óntica (1).
El ser no posee una “torre de marfil” o una casa propia aunque la busque su voluntad, en cuanto a que la esencia del ser consiste en que participa en la realidad o, por tal axioma o evidencia, es esencial para la realidad.

Así, el ser humano –con sus ya conocimientos dados y con sus nuevos conocimientos- va propiciando en su medio una mayor comunicación y entiende, por un lado, la cultura o sus sentimientos y entiende, por otro lado, lo que no puede soslayar como evidencias comunes: conformaciones de hechos que son expresiones de la naturaleza y que él sólo puede reconocer o admitir –o profundizar en ellas si quiere conocer más- sin más remedio.
Por ejemplo, si alguno se le ha muerto su vecino puede admitirlo o negarlo como voluntad, pero “su razón interior” –la de su propia naturaleza-, su racionalidad insobornable o natural ya lo ha admitido (homeostasia).

Por ello, cuando la voluntad admite como conocimiento a la evidencia o a la razón existe... una conciencia –un conocimiento que se responsabiliza de seguir una coherencia-; cuando no, esa voluntad sólo es racional en un principio natural –de realidad-, pero prescinde de un conocimiento en concreto, pues lo eluden sus emociones contra una conciencia en concreto que prefieren postergar o carecer en cuanto que la voluntad anímica prioriza -por comodidad- los sentimientos, sobre todo el sentimiento de antropocentrismo o de sublimación (el ser humano utiliza también referencias o utensilios sólo para sí por la consecución de sus intenciones; lo que un árbol no hace, ya que no se sitúa con respecto a nada, eso no lo decide, sino está directamente e indirectamente influenciado por múltiples aspectos de la realidad y, también, por muchos imprevisibles).
¡Ah!, sin embargo, en ese extremo, se concentra la falta de entendimiento de la realidad, también del “otro”, por solucionar problemas o por fortalecer una coherencia. En este caso la voluntad anímica defiende unos intereses arbitrarios o subjetivos en donde frecuentemente anidan el dogma y los prejuicios.

Los prejuicios omiten el razonamiento, se anticipan a la evidencia o a la demostración, sí, desligan, aíslan los factores que convergen en un hecho; y los ensalzan ya desvinculados del hecho “complementado”.
Es decir, los prejuicios no dan cuenta de la amplitud del hecho como base, sino por intención de efectos aislados, convenidos en forma aforística o subliminal a través de unas emociones puestas en juego. Aquí hablo de la voluntad emocional que entiende tendenciosamente, en un narcisismo alimentado, cada experiencia; y no se preocupa tanto o lo más mínimo por la razón, por la voluntad de razón (2): ese admitir el hecho, ese buscar las causas del hecho y ese atribuir unas consecuencias directas al hecho.

Conque la voluntad emocional se centra más bien en un “yo” en contraste con la voluntad racional que se “des-centra”, esto es, que analiza o busca por medio del hecho todos los factores directamente relacionados en o con él: se abre.
La razón busca y es buscada metódicamente; en cambio, el prejuicio se dirige desde un “yo” y dirige ante todo un “yo” que todo lo justificará (existe también el prejuicio inducido por la tendencia dominante culturalmente en la sociedad; así el que lo presenta no se percata más que de esa tendencia dominante, como le ocurre a ese que va de caza al bosque y ya su percepción es tendenciosa, sólo ve lo que le conviene o le han imbuido).

La razón –también- halla los factores comunes a determinados hechos, de manera que comprende la realidad por patrones o reglas (lex naturalis) por las cuales “se hace”, esto es, la razón entiende el cómo “se hace” la realidad más que el mero concebir de antemano qué es –que sería un prejuicio-.
La molécula de agua “se hace” con dos átomos de hidrógeno y con uno de oxígeno: eso es la razón, el método racional para todos igual. La metodología racional atiende a cómo se comporta el ser o su naturaleza para comprender la realidad antes o por encima de imponerle un significado subjetivo (3) u ontológico o hermenéutico.

No obstante, si los seres vivos mantienen una voluntad taxativa a los cauces de la supervivencia (4) –o sea, se mantienen en una situación realista-, el ser humano –por intereses emocionales o egocéntricos- ha teatralizado una voluntad de la negación –totalmente gratuita a veces-, del engaño.
Por supuesto, es el único ser vivo que especula sobre el engaño, que se ha culturizado en y con el engaño –en esto el tabú ha influido bastante-. Elucubra la utilidad –para él casi siempre- de lo que va a decir; y luego decide en función de esa utilidad.
En ese sentido, su proyecto emocional –en torno a la intimidad- lo sobrevalora por encima de cualquier situación o contexto, o sea, organiza –a su favor; por lo que crea reglas a su favor- lo que va a decir adelantándose al otro, por competir con el otro, con unas reservas o mentiras piadosas que no pongan en riesgo su… proyecto emocional.
Sí, los seres vivos utilizan reservas a medida que actúan, pero no desarrollan una tendenciosidad emocional antes, no predisponen una intimidad como -en bloque- un recurso para controlar a los otros y, por ello, sí, salvan a su favor cualquier suceso o situación.

En resumidas cuentas, las informaciones que ofrece el ser humano no siempre son objetivas o depuradas por una voluntad racional en donde una coherencia garantiza o reconoce una referencia a hechos, sino que, asimismo, existe una voluntad emocional que mitiga o solapa a la anterior impidiendo que se priorice.


Si la ciencia y la razón es amplitud, sin embargo evidente es que se desencadenan proselitismos o grupos intimidados por intereses económicos, nacionalistas, religiosos o políticos –incentivados por premios u honores de conveniencia- que eluden una objetividad y, en consecuencia, la razón se dirige –de forma secuestrada o como dirigismo- hacia una dirección que excluye o destruye irremediablemente a un librepensamiento o a la librerazón en suma –puesto que no debe atarse o incentivarse con tendenciosidades, como se hace en la actualidad, manipuladoras-.


La racionalidad no sólo se tiene, sino también se desarrolla porque se atiende y se prioriza (como el amor o... todo), es decir, la racionalidad se defiende -y en ella el sentido de justicia, de responsabilidad, etc.- y, si se quiere defender una sociedad racional o responsable, obligatoriamente se ha de apoyar a quienes demuestran racionalidades; no, no se puede decir que se defiende tal sociedad si, al mismo tiempo, se ha ningunado y nunca se ha apoyado a un Descartes por ejemplo o a cualquiera que demuestra coherencia.




(1) Heidegger distinguió lo “óntico” –referente a los entes- de lo “ontológico” –referente al ser.
(2) Kant se percató de una diferencia entre el “entendimiento” sobre lo particular y la “razón” sobre lo más ilimitado; pero, en cambio, dio una preferencia al “entendimiento” sin advertir que se entiende emocionalmente un hecho –algo que la razón no hace al entender con prioridad racional un hecho, con pruebas y con argumentaciones-.
(3) Algo de la realidad nunca puede ser “relativo”, por cuanto “ya es” absoluta realidad; y ese término malogrado conlleva negarle esa “absolutez” existencial, por lo cual un antropocentrismo o un convencionalismo dogmático no puede negarla, imponer la no-existencia real de algo. Es como definir calificativamente con “inexistente” cuando se habla de una “existencia” –el término “inexistencia” sólo se utiliza para ratificar lo absoluto de “existencia”, es decir, corrobora o ayuda a ese hecho al usarse como recurso de delimitación.
(4) Este término, a la vez, es equivalente al Principio de Conservación; algo actúa sin duda por continuarse, por sobrevivir, por extenderse, por seguir siendo tras su “insight” o comprensión instantánea o intuitiva de lo precedente. La naturaleza, asimismo, no tiene intención de simulación, de engaño, de enseñar algo que no es suyo, de conspirar contra sus elementos o contra ella misma.








José REPISO MOYANO



ENSAYO SOBRE LA RAZÓN
fue escrito en el año 2002 y publicado en:


Revista de Filosofía Aplicada
RPFA
http://www.geocities.com/filosofia_aplicada/textos.html
Revista cultural y literaria
SOL NEGRO
Revista de cultura y política
PIEL DE LEOPARDO
Revista de cultura EL CEREBRO

Aquí, en este blog, se encuentra corregido.






"La mentira produce flores, pero no frutos".
Proverbio chino









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( UN BREVE ARTÍCULO ÉTICO )






¿ RAZÓN ?



Nunca para tener razón debe aplicarse la censura, el no-reconocimiento, la coacción y la humillación al otro.


Para tener razón no hace falta influencia, ni imagen, ni elegancia clasista, ni pedantería, ni corporativismo, ni presencia privilegiada en los medios de comunicación.


Para tener razón no hace falta convencer, no, con lo superficial, mediante la adulación, mediante la demagogia, mediante las falsas propuestas o promesas (la promesa no sirve en la argumentación).


Para tener razón nunca se pueden negar los hechos, sino sólo aceptarlos si ya verdaderamente -o evidentemente- son hechos.


Negar o ocultar que alguien dice la razón es siempre practicar la sinrazón.


El peor enemigo de la razón es, en claro, ése que insiste mal-argumentando sosteniendo premisas o frases no previamente demostradas y, además, se escuda en que nada es para él la razón, en que él ya no cree en nada, en que es bonito esto, eso o aquello abandonado al facilismo, en que... (en ese lío mental); es decir, se protege con la confusión (siendo, en el fondo, la confusión la semilla de la manipulación).


Para tener razón no se precisa el método de dar consejos, ni hablar de todo para no saber de qué se habla, ni el modelarse a gustos o a simpatías por parecer importante.


Para tener razón siempre la honestidad, sí, está por encima de la perspicacia; y, también, cualquier perspicacia está por encima de la frivolidad.


El desprecio al que razona o al que argumenta bien es el principal cáncer de la envidia; y sólo eso encasilla y destruye: desprecia a ese otro y a sus esfuerzos y a la misma dignidad racional (ética).


Para tener razón no deben excogitarse las premisas o frases no demostradas (prejuicios).


El prestigio de ese que respeta lo racional no debe conseguirse antes de tener razón (como ahora frecuentemente ocurre), sino después.


Sólo se respeta si acepta alguien reglas; luego sólo se respeta si se es racional o si se acepta un "juego limpio de lo racional" -sin ambivalencia ética- con algo.


Para tener razón sólo es necesaria la razón, sólo.








José REPISO MOYANO
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(INTEGRIDAD O EJEMPLARIDAD)




APOLOGÍA DE SÓCRATES


¿Qué hubiera sido de nuestra humanidad, de su sentido humanista, sin Sócrates? Posiblemente un sórdido retraso en muchos aspectos de consideración del ser humano en su dignidad individual.

Antes de Sócrates no se dio una exposición más intensa y sincera del interior humano, ya como primer paso contra el cerco mitológico que lo oprimía para creer en sí mismo por la búsqueda de la felicidad, además de instaurar las reglas en las cuales se sustenta nuestra civilización: los valores de benevolencia consecuentes con los de integridad ("¿Y es justo o injusto devolver mal por mal, como dice la mayoría?" - dice Sócrates -. "Es injusto" - contesta Critón -).

Si Homero había soliviantado al ser humano como héroe contra los avatares de la vida, enfatizándolo en las posibles victorias y derrotas, en fin, como guerrero, Sócrates ofrece un ser humano sin par, de carne y hueso y, por eso, entra en su realidad para conocerle, para respetarle, para admirarle en función de lo que es capaz de resistir y de sacrificar de vanas pasiones y de cerramientos a su ansia por conocer sus designios.
Él es quien, primero, mira al ser humano cara a cara, limpiamente, sin hipocresía.

Su pensamiento, el de alimentarse o el de instruirse en el día a día poniendo en evidencia el vacío del "porque sí", invalidando todo silencio - pasividad por conocer - a través de la discusión-mayéutica, influyó a todos los filósofos griegos más relevantes; por ello, es inconcebible la filosofía griega sin Sócrates, aun cuando haya sido reproducida desde su forma oral o desde su forma verbal con todas sus connotaciones históricas en general.

Pero su importancia radica en el inconformismo que sostuvo, en el rechazo a la respuesta fácil para, así, lograr que se disipen los prejuicios: se ha de argumentar regladamente, desde una coherencia interna, por una razón que no deforme la conciencia de realidad de las cosas.

Argumentar, para él, fue no dejar en paz las posibilidades para demostrar algo contra el silencio o contra lo que no es consecuente con la valentía del "profundizarlo". Ayudaba a que el otro se diese cuenta de un aspecto latente de la realidad y que, eso, le provocara depurarse a sí mismo, eliminarse prejuicios, o sea, construir sus propias ideas, sus propios criterios como una "simbiosis oracular" para alumbrar el conocimiento.

Se le condenó a muerte por el delito de "escudriñar las cosas celestes y subterráneas" y, además, de "corromper a los jóvenes" (he ahí que la religión siempre, desde el principio, ha sido reaccionaria para que nadie piense).
Aunque se defendió con bastantes pruebas de su inocencia y aunque se empobreció - en bienes - a costa de dar cultura a Atenas y aunque fue primordial para la base del pensamiento griego, de nada le sirvió, adelantándose con su vida-muerte incomprendida a lo que más tarde de forma parecida padecería Jesucristo, sin perdón y con desprecio a las palabras libres que no obedecen la sinrazón.

Por último, el mensaje de estos hombres - como él - era que el ser humano sólo se hace corruptible porque prescinde de valores que lo muestran coherente interiormente; por no corromperse será siempre un perdedor, pero hacia dentro siempre un ganador de su alma totalmente.


Lecturas apropiadas a este tema: "Apología de Sócrates" y "Critón" de Platón.