domingo, 21 de junio de 2009

HIPÓTESIS SOBRE INTERACCIÓN O INTUICIÓN PARASICOLÓGICA


No conocemos un espacio-nada, sino un espacio influido ininterrumpidamente por fuerzas (principios) que condicionan algo que se desarrolla siempre en un contexto y nunca con total improvisación en tanto y en cuanto asume la carga de lo precedente, sucede o continúa con un desarrollo ante un "presente interactivo" que, sí, se improvisa ya por una "casi infinita" probabilidad de hechos o de interacciones.

Así pues, el presente evolucionista no obedece ni puede obedecer a una simple deriva por acabar sorprendiéndose a sí mismo, en un estado de confusión para sí o para nada, a medida que va transcurriendo de modo tal que, un universo, podría llegar al "¿y ahora qué hago?".
No, cualquier evolución no puede llegar a un "punto tonto"(inconsecuente, incoherente) , de final apocalíptico, de "apaga y vámonos", de principio y fin, de "esto se borra y no quedan ya huellas ni principios" (la materia no se destruye, ni menos los principios ligados a ella).
Eso, pues, lo ha inventado el ser humano porque engendra intenciones, "sus intenciones", y éstas sí acaban; pero no son las intenciones de un universo las suyas o, mejor, ni siquiera un universo “padece” de la propiedad del intento, del " a ver si lo logro, si no, fracaso o me regañarán y... se acabará todo".

Digamos que, el ser humano, por afrontar intenciones, depara siempre unos acabamientos, de "dónde estará un origen y, si lo encuentro porque lo busco o me lo invento, entonces, ya hay un final en decepción" por ejemplo; conque cree muy a veces que, el fracaso o no de sus intenciones, incidirá en el universo o se detendrá algo con aforo a sus temores, a su concepción antropomórfica del infinito.

Frente a ese gran prejuicio, ninguna evolución transmite un final de película, sino más bien sigue lo que ya está, en otra transformación, siguiendo ciclos, siguiendo “lo que sabe hacer”; o sea, cada transformación salvaguarda su entelequia en modo alguno, pero no puede evitar todo lo demás (sus presituaciones y principios), el encontrarse condicionada en tanto transcurre al lado de mucho, por lo que sucede, sigue sucediendo y, perdonen, importan un pimiento aquí las intenciones de un bicho raro llamado “ser humano”.
Así, con eso, el darwinismo no es un proceso de automatismo simplemente que decide un medio -o un biotopo- a pleno capricho o con resultados a su dictamen, no, sino como sostuvo Driesch cada evolución supone incluso una sobrecarga de lo precedente, un seguimiento de un "agente individualizante", que no pretende un final pero que sólo se entrevé o se identifica o se remite a no soslayar ese seguimiento; claro, lo que ocurre es que el medio lo adapta, no podría ser menos, pues es el medio un conjunto de estos "agentes individualizantes", de tales elementos que lo complementan (el medio ayuda a complementar cada elemento a los demás elementos suyos, muy suyos).

Bien, ya he dicho “en otros escritos” que la inercia no es una aptitud de deriva de nada, de condenación hacia un final (inercia no es exactamente... deriva), ni siquiera hacia una “apatía” o hacia la suspensión con intencionado decreto de algún principio; la inercia, pues, en este sentido, no existe.
Y es casi cómico el escuchar por ahí que el Universo, nuestro universo, se expande a la deriva como “el que se fue a Cuba y se perdió”. No, la energía no va al "atontamiento", a “sorprenderse a sí misma en el antiella”, en los antiprincipios, en la finalidad, porque no tiene finalidad, sino está en el seguimiento cíclico de sus propios principios en virtud de que no va a gestionar con intención ser lo que es para, luego, no ser nada o para ya, ¡ahora mismo! -en una tabla rasa-, estar condicionada a... nada.

En pro de eso, el ser humano teatraliza una dirección demiurga de todo: instala puntos, instala o conviene orígenes, coloca por aquí o por allá centros, determina que ante esos centros gira todo o, así, lo imagina dictando o decretando que una cosa se mueve porque se mueve otra, o sea, que Juan piensa porque piensa Pedro, que un león se muere porque se muere un gato en ya una hilazón o concepción muy ofuscada que termina encerrándose a sí misma en sinrazón, mezclándolo todo al uso y costumbre del... prejuicio.

Así, en ese error, existe ya un punto establecido y, si todo debe estar al lado o detrás de éste, el pensamiento racional se "aniquila", pues, termina en la locura o en el absurdo por obligado, en la innegable estupidez también -por mi demostrada- de un espacio-tiempo referencial einstiano.

A ver, argumento el porqué: detrás de un punto existirá otro y detrás de ése otro y detrás de ése otro y detrás de ése otro y detrás de ése otro y detrás de ése otro llegando infinitamente a un otro que, por lógica espacial, tendrá siempre detrás “otro” otro y tras éste otro y tras éste otro y tras éste otro… también; por lo que se advierte, indudablemente, que la razón aquí ha utilizado algo, digamos, mal. Y este mal es el empezar con una “estupidez”: el establecer puntos donde no hubo ni comas, dicho en claro.

No obstante, la razón únicamente nos da nociones prácticas para el contexto donde es consecuente la razón, quiero decir, es una razón del reconocer (reconoce los principios, o la ley de que “con mayor temperatura hay mayor dilatación” por ejemplo), pero no puede instalar al capricho orígenes o centros o cosas ya por su dictado o por un dictado irracional, no, no puede considerar que incide o se condiciona el universo a "su" centro: eso es una paranoia o un prejuicio.
La razón, así es, reconoce el hecho que “se hace” porque se le verifican efectos coherentes a unos principios, es “lo que ocurre”, o bien – por ejemplo - que una persona está condicionada al clima y que, esto, es un factor que sí incide en sus actos o hechos, en la concreción.
Luego, la razón es contextual y, en ello, podría estar la razón -con error- fuera de contexto en otro contexto, al no serle propia; dado que las reglas en ese otro contexto se adecuan o son consecuentes o corresponden a ese otro contexto.

Sí, sólo, sólo conocemos lo que podemos “conocer”, y eso no es determinante más que para lo que es posible que lo sea en reconocimiento, por lo que ocupa o llena un lugar o contexto en un ciclo (un lugar-estado en el espacio, no el espacio); y ese lugar es una situación, una situación no sólo con respecto al espacio físico, sino además con respecto a un estado de condicionamientos, de ya un seguimiento de un desarrollo.

Todo se encuentra situado como "agente individualizante" que... desarrolla: una célula "dentro" de cualquier organismo, ese organismo "dentro" de un ecosistema o de un medio ambiente, ese medio ambiente "dentro" de un planeta, etc.
En tal clarificación, una célula "trabaja" o “se ve determinada” para la racionalidad de ese organismo que ella complementa o “habita”, significando esto que -de otro aspecto- no entiende ni le atañe siquiera qué es una estrella; porque sencillamente “ella sola” no presenta una mínima capacidad para acceder a esa información, ni por "muy suya" o por muy fuerte que se imponga.
Por el contrario, la capacidad de una asociación de "agentes individualizantes de la misma índole” sí llega, sin duda, a un resultado de una mayor información de lo externo y, por lo tanto, comprende una mayor realidad. Y así, si la comprende, la asimila como información, se adapta -por afrontarla- "telepática-intuitivamente" hacia ella.

Un mosquito sólo se adapta a lo que se adapta; pero, si el ser humano conoce más, se adapta de seguida a... un mayor conocimiento, pues lo considera ya y lo considerará, se deja condicionar por él.

Tengamos en cuenta que, eso, sólo es posible con la visualización-memorización mental del medio o del espacio, sí, por obligado o en consecuencia con ese mayor conocimiento el ser humano “trabaja” o se realiza con un detallismo mental del medio. Lo que, al momento, permite una mayor capacidad de organizarse “sobre él”, de "anticiparse" y “de decidirse sobre él” o de proexistirse o de ejecutarse o de tener una mayor voluntad sobre él.
Nace, así, una inevitable “conciencia de extender o de prolongar su organismo mentalmente u organizativamente sobre... lo externo”.
Quiero decir, el ser humano es un ser vivo que “ha aprendido a crear una visualización” (aquí no tiene nada que ver con el sentido de la vista, sino con todas sus capacidades, sentidos y primordialmente con el sentido espacial) mental del espacio; o sea, es capaz de visualizar y de "llevar consigo" el mapa -al igual que se lleva un mapa genético que... condiciona- o todos los elementos, detalles, de una habitación personal, por ejemplo).

Eso "lo lleva" indudablemente; es, por ello, algo singular tal capacidad por conocer y transmitir el detalle, de "llevarlo" organizado o cohesionado en su contexto y, además, coherente con todos los otros detalles de su contexto, hecho que comporta que sea más orientativo para acceder a un mayor número de conocimientos. He ahí que “ya” se sitúa, además, atrevidamente frente a las estrellas.
Pero las estrellas, algo lejano, "trabajan" por otra razón o no tienen por qué comportar “lo mismo” o ni siquiera acarrear con la misma utilidad de la razón en otro contexto.

Digamos que la racionalidad, en el ser humano, sólo es un “pasaporte” o una capacidad con sus limitaciones o restricciones que determina un... contexto. No, no puede extralimitarse a más: conoce cualquier cosa en función de lo que conoce, no de lo que no conoce, no de lo que no puede conocer. El ser humano conoce los procedimientos -unos- que conoce, no los que no conoce.

Retomando lo anterior, el mapa mental de la habitación en la cual vivimos lo “llevamos”, desde luego, a otro sitio y, en ese otro sitio, en la ya distancia, sabemos qué le "duele", “qué proceder será intuitivo” (porque poseemos tal capacidad intuitiva), es decir, qué se deshabitúa a ella, si le hemos dejado una puerta abierta y, así, le entra aire frío o humedad o, asimismo, si le hemos dejado un cuadro mal colocado. Entonces, el ser humano “nota” algo “en la distancia”, “siente en la distancia de lo que... le ha complementado y, por tanto, es suyo para transverlo”.

La habitación, por su parte, “nota” una carencia porque, si en la naturaleza -en todo- ocurre que sí, que la naturaleza influye y condiciona en dondequiera que esté a un ser vivo, entonces, en otro nivel ¿por qué no?
A ver, el ser humano antedicho es, sin duda, un elemento “de ella” como lo puede ser, asimismo, la puerta abierta, ¡sin discriminaciones!, por lo que la habitación, “lo que ha significado”, "echa de menos" su elemento complementario, pues "se siente... incompleta".


Otro ejemplo: Un señor habitúa a su coche nuevo a un rodaje "suyo", por lo que el coche ya no es un coche cualquiera, sino posee “ese” condicionamiento progresivo, o sea, "lo lleva". Pues bien, si en un momento otro señor lo conduce, el coche "se da cuenta", “nota”, claro, en la "dimensión lógica suya de su contexto" o... advierte tal intrusión.

Otro ejemplo: Cuando un señor tiene una mascota, un perro, "lo hace" con unos hábitos. Pues bien, el perro, conforme a esos hábitos, está siempre (pre)sintiendo el desarrollo de los estados de ánimo de su dueño porque sencillamente... ésos influyen a un “seguimiento complementario” o a un trato de él sobre sus hábitos, los cuales le condicionan.
El perro “advierte”, en efecto, unos niveles de intrusión con respecto a esos hábitos, en tanto y en cuanto su amo u otra persona se apegan o se desapegan, se ciñen o no, a los hábitos que "lo han hecho".
Sí, el perro siempre “afronta una susceptibilidad” a través de una comunicación "telepática o intuitiva" con su dueño o con el entorno. El perro “lleva” consigo toda esa parte en la que prolonga su vida y su cuerpo y, por lo tanto, se comunica inevitablemente con ella, “extiende su comunicación en la distancia”, algo que propicia que unos sentimientos lleguen en cierta manera a coincidir en sentidos contrarios, o a remitirse a sí mismos en la distancia.

En fin, no determino el que exista una comunicación sobrenatural, no, no es esa mi tarea ni la de este ensayo, sino “sostengo” y reconozco la más sencilla, pero de la cual sólo dependen contextos de comunicación diferentes a los que ya se han reconocido.

(Artículo escrito en 2004)


José REPISO MOYANO