jueves, 31 de diciembre de 2009

LA VERDAD ES INHERENTE A LO MUCHO QUE LA ADQUIERE


Dos seres humanos pueden adquirir la misma verdad; pero pueden defenderla de diferente manera, pueden UTILIZARLA para dos intereses -según su subjetividad-, sí, acercados por una conveniencia -consensual- o incluso, por el contrario, totalmente opuestos.

Una verdad sólo existe porque un ser HA CONOCIDO algo; entonces, la verdad la ha conocido -ese ser-: ESTÁ en ese ser, está ahí, es ya su base, puesto que imposiblemente no puede estar en nada.
Así pues, ESTANDO AHÍ, no puede estar en lo abstracto, en la inexistencia, en el no-ser, sino en un ser -de muchos- que siempre presenta una capacidad de... ella.
Es decir, todo ser YA -en inherencia- conlleva verdad; lo niegue o no lo niegue, le guste o no le guste, se vaya a donde se vaya.

La verdad (las causas y efectos de la realidad -considerando que los seres están formados de realidad- o los hechos, sin duda, permitidos por causas) sólo es determinada por el conocimiento; por lo tanto, no, no de un ente único que la dicta -a sí mismo o a nadie-, sino inevitablemente por muchos seres -o varios, en el “una cosa conoce a otra”- con la capacidad “del conocer”. Y ésos nunca, absolutamente nunca con o por medio de “una perspectiva imaginada” que los imposibilita o los exime del constituirla -y así no ser nada-, sino con capacidades o consecuciones de ella.

De ahí se agranda el gran problema incoherente, lleno de ligereza y de facilismo, profundamente gratuito, que ha creado el recurrente perspectivismo. Claro, son muchos seres “los que conocen” y no uno para tener FIJADO “lo verdadero” (lo que implicaría que todos, en consecuencia, llegarían a las mismas conclusiones; y, de ahí, se excluirían las demás capacidades: la “del sentir”, la “del decidir”, la “del protestar”, la “del gustar”, la “del progresar”-esto es, todo sería inmóvil a merced de un ente único que ya lo da todo hecho y, si lo da todo hecho e inmóvil, en efecto, no existe evidentemente verdad, ni... nada-).

No, no nos engañemos con tales tonterías -sin apenas algún fundamento o sin alguna demostración-, ese “fantástico perspectivismo” no existe (sí en lo subjetivo, pero eso es subjetivismo o el producto de la emocionalidad con sus prejuicios), sino sólo existen consecuciones del saber con las capacidades que, por él -por el saber-, poseen los seres vivos -o, en nuestro caso, los seres humanos-: Un ser sabe que inhalar aire contaminado le está dañando y otro ser no, un ser sabe que un alimento en concreto le está curando una enfermedad y otro ser no lo sabe, etc. Conque cada uno tiene sus consecuciones de verdad, no más.

Ahora bien, por otra parte, en la sociedad se mueven muchos intereses personales o grupales; y, para defenderlos a todo coste -en competición, para salir ganando-, únicamente es eficaz la retórica -que intenta, sin poderlo eludir, adecuar verdades con mentiras-.
Ahí, pues, está la retórica política -en unos niveles más altos o menos altos de verdad-, la retórica patriótica, la retórica del arte, la retórica religiosa, la retórica económica, etc. (en cuanto a que son intereses -de competitividad social-, antes que otra cosa, la política, la patria, el arte, la religión, la economía -social-, etc.; e intereses, claro, que se han convenido sobre o a partir de conocimientos).
En esta predisposición social no es que existan perspectivas por errónea deducción; lo que existen, en probación, son capacidades del conocer condicionadas por unos obsesivos o apasionantes intereses (que conocen perfectamente, sí; pero, a la hora de reconocer, en ese momento, reconocen LO QUE LES INTERESA). Y... una retórica interesa porque aventura una confrontación a otra retórica -de distinta opción social-.

Por ejemplo: Para construir una bicicleta no hacen falta retóricas -ninguna-, sino estrictamente verdades conseguidas por el conocimiento, unas en concreto que se precisan para construir ésa bicicleta -tanto en un mundo como en otro mundo-; pero, en cambio, ¡ah!, para venderla , siempre sí, ¿se comprende ahora mejor?


José Repiso Moyano

martes, 22 de diciembre de 2009

LO QUE NO HAY QUE HACER DE FONDO


Todo se adapta irremediablemente (sea cual sea el riesgo y el coste) ante una crisis económica o ante cualquier situación; es decir, con los recursos que tiene INTENTA (inconscientemente por instinto de supervivencia o conscientemente por defender unos propios intereses) UNA ADAPTACIÓN.
Dicho eso, de que el proceso de adaptación es siempre seguro e insoslayable, lo que sí se puede evitar es el riesgo y el coste de una adaptación para unos organismos y, en el contexto de la sociedad, para unas personas en concreto; pues no todos presentan por igual unos recursos para hacer frente a una adaptación forzada o causada únicamente por los seres humanos (es el caso de la efectividad de la tecnología tanto en lo beneficioso como en lo perjudicial -ya que, evidentemente, los dos efectos produce- ante un medio ambiente, base o garantía de una diversidad y de una necesaria, sí, calidad en su equilibrio convivencial).
Por ello, una gran parte de la humanidad se encuentra incapacitada para adaptarse con prosperidad ante los estragos de un mal medio ambiente, o sea, deteriorado; pues, como todo el mundo sabe, las cosas se deterioran o no son propicias o "hermosas" para la vida tras inútiles acciones: cortar los árboles del Amazonas, producir ilimitadamente CO2 a ver si a la “atmósfera biológica” le gusta o, también, contaminar el agua -caldo de cultivo de todos los seres vivos- por si eso es gracioso o justificable ya echándoles las culpas a la misma naturaleza, a los dioses, a la mala suerte o al destino.
Así que, en el gran problema del hambre, en ése, habiendo demasiadas personas que lo pasan, no es la ocurrente solución el cómodo adaptarse que pueden hacer unas personas que siempre contarán con unos recursos de supervivencia, no, sino el evitar que realicen ésa adaptación inútil a la miseria mortal o que se proceda con tal adaptación. Claro, aquí se trata de evitar la enfermedad, no de -como no es un gran asunto de los privilegiados- que “se adapten a la enfermedad”, y ¡allá ellos!
Lo mismo ocurre con el detrimento de las libertades y de los derechos humanos; porque no hay que adaptarse a las dictaduras, a los totalitarismos, a las “patentes de corso” que determinan las guerras, a los fundamentalismos o a las cerradas imposiciones sólo religiosas, al abuso de poder de las multinacionales ni, siquiera, al particular “dirigismo” de muchos medios de comunicación. Es lógico, lo que hay que hacer es protestar y menoscabar tales presiones, “pararles los pies” como se suele decir, siempre en beneficio de que cualquier ser humano SE ENCUENTRE LIBRE para decidir por él y por la sociedad (por supuesto, así utilizará bien su responsabilidad y se hará consciente y juicioso sobre lo que hay de verdad que hacer, en cuanto que al fin se sentirá capaz y útil).

La humanización ética es eso, y ya no habrá que gastar tantos recursos en “fronterismos” de tantas recelosas patrias, en publicidad -en propagandas- o en mimar sobrecompetencias y en preparar o en hacer guerras u otras “locuretas” por crear miedos como actualmente se hace.
.