domingo, 14 de diciembre de 2014

LA IRREVERSIBLE DIFERENCIA EN JACQUES DERRIDA

La “estructura” es para Jacques Derrida un organismo no completamente ontológico sino presente, funcional. Ésta va naciendo junto a la cultura, junto al lenguaje, junto al desarrollo social de los seres humanos y, desde fuera, no es posible determinar el momento preciso pues, tal complejidad, supone una creación en parte deslindada entre la relación ser humano-naturaleza. Digamos que, la “estructura”, obedece a un “centro” de utilidad epistemológica o referencial pero, al mismo tiempo, no evita ni puede evitar las infinitas transformaciones posibles de los conceptos que derivan al acontecimiento desde el cual “se mira”, o sea, “se mira” aun con una nostalgia de ideal o de mito tal “centro de la totalidad” de la “estructura”, que no es sino una equivalencia a la realidad fluyente.

Así pues, un acontecimiento y otro, se encuentran “encima” –de una forma irreversible- de todas las conformaciones –transformaciones- dadas, “encima” para seguir “un mismo juego de desprendimiento” aunque, a su vez, de “redoblamiento” referencial (“las transformaciones quedan cogidas en una historia del sentido cuyo origen siempre puede despertarse en forma de la presencia”).

Ante esta ausencia de un “origen” concreto, de una falta de fijación de lo que se desarrolla, Derrida se posiciona escéptico considerando prejuzgadamente que, los conceptos, debieran estar inmóviles para “alumbrar” ese origen, esa identidad que, para él –en un último término-, es inalcanzable.
Sí, el prejuicio deviene ora por la influencia de Nietzsche, ora por la influencia de Heidegger –mayormente-; en uno los conceptos de verdad se sustituyen por los de “juego interpretativo” (1), en otro se destruyen –por una egolatría existencialista-ontológicamente.

Al signo anarquizante le transfiere, él, la causa de esta desvirtuación del conocimiento; puesto que, el signo significante, se remite a su significado diferente y, así, no puede superar la oposición entre lo sensible y lo inteligible.
Éste se presenta como el gran problema, eso es, el no lograr borrar la diferencia entre significante y significado (y Derrida “inventa” el gran obstáculo del lenguaje: en el fondo, la diferencia entre naturaleza y cultura).

Por analogía discursiva “su” prejuicio nace ahí, en que la naturaleza-cultura ya no puede ser una “estructura”, no, sino que es lo que él “elucubra”, lo que a él -a mejor decir- le “conviene” filosóficamente: obsesivamente el hecho cultural.

Y dicho eso, ahora bien, el hecho cultural –que para esto sí conceptúa- ¿dónde está?, ¿en un mundo?, ¿en este mundo?, ¿en qué mundo?
Se puede afirmar sin duda que se refiere a este mundo, que está hecho “aquí”, en esto que llamamos mundo en general, lo que corresponde a “asentar” sin titubeos que es en esta realidad o… en esta naturaleza.
Sí, claro, es una ya evolucionada relación ser humano-naturaleza la cultura y, por tanto, el lenguaje “espontáneamente” lo corrobora; de ahí que, éste, sea “libre” derivando siempre de ese hecho-relación y, ¿cómo no?, adaptándose también a todos los “nuevos” acontecimientos.

Cierto es que, por este concreto camino, el lenguaje es una conformación inteligible –un orden por sí mismo- pero, siempre, “inferida” por una suma de conocimientos, quiero decir, “inferida” por cierta maduración de la experiencia del ser humano con y en su entorno.

Por eso el lenguaje no, no nace “al lado” –como compañero o amigo- de la realidad “inventándola”, jugando a “crear” realidad –como un dios- o interpretándola, no, sino –desde un principio e... inevitablemente- conforme a la realidad, viviéndola; por lo que, la realidad, más bien “interpreta” al lenguaje al ser, ella, quien de verdad “lo protagoniza” o “lo vive” o “lo deriva”, sobre la base evidente de que está la realidad “antes” del lenguaje y ella y sólo ella, digamos, “lo permite”.

En efecto, existe esa condición y sobreexiste, además, un progreso innegablemente en ella misma; en cuanto que el lenguaje no conoce, el lenguaje no vive, el lenguaje no experimenta nada (2) -el lenguaje no se va “de paseo”-.
De hecho, el lenguaje, podría sí él interpretar si se adaptara a un guión original o a una referencia “fija” o estable –porque se interpreta sobre lo que “ya” se encuentra determinado o hecho-, pero no es así. Lo que razonablemente existe es que, el lenguaje, evoluciona al par o con la realidad; luego es inmanente a ella considerando, asimismo, que en ella “está” el ser humano -no al margen-.

En este sentido, por aclaración, se interpreta lo que es esquivable -lo que sí o no con voluntad se puede interpretar-; y, tal hecho, no ocurre con la misma vida pese a quien pese puesto que, la vida, es una acción fehaciente del vivir la realidad, un estar ya en ella, un ser ella misma -más en claro-.

Derrida –con respecto a lo que sostuvo o aprobó Lévi-Strauss- habla de la vida, en incoherencia, como si fuese una exclusión del hecho esencial, como si fuese un dilema naturaleza-cultura que sólo eso consigue, en efecto, disociar los elementos que la esencializan, infravalorando el mismo soporte gnoseológico: el que “reconoce” que la vida es… conocimiento “se tire por donde se tire” y, en correspondencia, cultura, “pura” cultura o “modelo de una organización natural” –que ya ha de partir y sobrellevar lo natural-.

Bien, con esto delimitado, los conceptos no emulan sino lo que se vive; los conceptos “viven” y, por ser “más vida”, justifican a corto o largo plazo un cambio o una adaptación ineludible, pues tienen por obligado que conformar o actualizar más conocimientos o mejores conocimientos debido a, o por razón de, que no son unos “logotipos” sobre algo que se encuentra plenamente dado -no son guiones en los cuales lo vivido ya está hecho, señalado o preestablecido por... un desenlace-.

Un concepto, eso, un “resultante”, es una expresión vital –no inerte- que cuenta con que es vital de un modo extendido, y no se proyecta él mismo como un ente interreal, únicamente lo proyecta la realidad –desde un principio-. Por lo tanto, “beber” y “bebida”, y lo que suponen, entrambos, son “elementos” o “componentes” de una acción vital; ya se digan de una forma o ya se digan de otra, pero existen “evolutivamente” con una adquisición de un nivel de conciencia.

También, habló Derrida del método con “escepticismo”; luego conceptuaba sin darse cuenta “una acción vital”, de la cual se engendraba su pensamiento o filosofía. Así es, reconocía -ni más ni menos- ese concepto como insoslayable, como existencial; no obstante, ya lo extrapoló a otra concepción vital, a la del “ser es diferencia”, “advertencia” que conllevaba o implicaba una conciencia –en suma- de la realidad.

Quizás el principal error de Derrida haya consistido en eso, en esa manida u obsesiva búsqueda hacia atrás, en su afán por estructurar “de igual manera” –haciendo tabla rasa- lo que antes se determinaba como más primario para el ser humano y lo que “ahora” es “en complejidad” o es “en su natural complejidad”.

Sí, cierto es que, todo signo, ha tendido hacia una sobreabundancia de significados; lo que ocurre es que, esa tendencia, es un hecho natural con la misma naturalidad que los seres vivos, sin remedio, han tendido hacia la hibridación (las primeras células comportaban un significado que nunca “ahora” podrán comportar, porque la realidad “de vida” es más compleja).
Ese prejuicio, el de Derrida, radica en... acopiar conceptos para estructurarlos –o pretender estructurarlos- en una realidad que ha progresado -y progresa-, que “ahora” es distinta en gran parte.
Claro, esto no excluye al concepto mismo ni lo niega, sino al forzado acomodo racional que se pretende.

Y este error, reiterado así, lo muestra también contundentemente Lévi-Strauss: “Cualesquiera que hayan sido el momento y las circunstancias de su aparición en la escala de la vida animal, el lenguaje sólo ha podido nacer todo de una vez”.
Ante esto, es deducible cierta visión “mesiánica” o “de abracadabra” -algo imposible en la realidad- que “revirtió” en el hilvanado pensamiento estructuralista hasta nuestros días.


(1) Para interpretar, primero ha de existir un guión original o un hecho ya delimitado para interpretar y, puesto que ese guión no existe de forma estable en la vida –en cuanto a su “multitud de estados o circunstancias y condiciones” de libertad que las varían-, el ser vivo “vive” la realidad.

(2) Siempre se interpreta lo que ya está al lado, lo que nos exige una guía a voluntad, una interpretación; en cambio, la vida –y el conocimiento intrínseco en ella- “vive”, no es una exigencia ni mucho menos, ni siquiera algo esquivable como lo es toda interpretación.
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¿Qué es el Sentido Crítico?

Pues la aplicación rigurosa de las reglas racionales a cualquier hecho real y enunciado -que pretende ser cierto- sobre él.

En contrastación o en verificación, ante esa BASE de las reglas racionales, el sentido crítico CUESTIONA todo lo que se dice en la sociedad (donde impera -por orden- el interés mediático, el rumor arrojadizo y el tópico que se fija).

Y lo cuestiona con un PROCEDIMIENTO de imparcialidad, es decir, dando una
prioridad a las mismas reglas racionales sobre lo que uno mismo vaya a enunciar; por lo que aquí, en el procedimiento, es esencial la AUTOCRÍTICA: el DISCERNIR lo que es estrictamente racional de lo que no lo es de tu enunciado, esto es, el percatarte de que tu enunciado -con pruebas y con coherencia- DEMUESTRA racionalidad.

Lema de su aplicación:
- Lo que parece ser cierto -de lo que digan los demás y de lo que diga yo- aún no lo es, será únicamente cierto si se demuestra racionalmente y, además, rebate bien todas las argumentaciones que van en su contra.

Lo que imposibilita el sentido crítico (errores graves):
- Mansetud y obediencia: Porque el sentido crítico requiere imprescindiblemente CONTRAPOSICIÓN
, y no aceptar un valor o hábito de antemano dado como cierto.
- Cuestionar que un ser vivo no sabe verdad, que no sabe la verdad de la realidad: Si eso fuera así, ni un ser vivo, ni uno, podría sobrevivir ni un solo segundo. Puesto que cada ser vivo es una consecuencia directa de la realidad: sabe quién es su madre, qué alimento ha de comer, cuál es su depredador, etc.
- Cuestionar a la misma razón, cuestionar por cuestionar o por fanatismo, la duda irracional: Sí, cuestionar lo ya demostrado, cuestionar que los médicos curen o que una medicina -que lleva siglos curando- cure, cuestionar que los animales no se reproducen, etc. Negacionismo, delirios de negación o exterminar -por paranoia- todas las reglas que haya e instalar, así, en conveniencia alucinatoria un "todo vale".

domingo, 12 de octubre de 2014

EL PREJUICIO Y LA DUDA


La “determinación genética” no duda, ni los sentidos dudan (si huele físicamente “a algo” es que huele “a algo”, y ese sentimiento lo transmite el olfato al cerebro de una manera implacable, “tal como se siente”, con prioridad a una evocación cultural), ni un acto reflejo duda jamás, ni aun “tu consecuente observar o tu atender el peligro próximo” (es decir, tu vigilia en la realidad por tu supervivencia no duda). Ahí, porque sencillamente no existe, no es necesaria la duda.

Además, cualquier animal –primariamente– no duda, sino reacciona ante hechos de agresividad y de convivencia, y ya sabe de forma objetiva cuáles son –sin dudarlos–. Digamos, con seriedad, que todo ser vivo sólo da una respuesta a cómo es el medio y, que tal respuesta, nunca duda en cómo es el medio; esto es, “el medio se lo ha aprehendido por funcionar él también como medio”, pues él es componente del medio –y por eso “lo sabe”–, no más.

Entonces, ¿qué duda?

Los seres humanos han evolucionado hacia una dicotomía gnoseológica “por un interés social o por un interés de trascendencia”, prejuzgando muchos aspectos de su realidad misma o, en claro, formando prejuicios que le sirven socialmente, que le interesan. Así, conlleva un prejuicio y, por defenderlo, ha de dudar por obligado en cuanto que, la duda, sólo lo puede hacer y justificar.

Veamos como se creó la duda:

Se dudó de que un ser humano fuese sólo un ser humano y, por ello, se consideró “algo más”, se consideró un dios..., ¡ya se creó el prejuicio y la duda junto al prejuicio! A partir de ahí “ya todo no es lo que es, sino es algo más” y se sumaron prejuicios y prejuicios hasta formar un entramado de prejuicios con sus correspondientes dudas (el dudar que eso sea eso o aquello sea aquello).

Objetivamente, este procedimiento, es un desequilibrio con respecto a lo natural o con respecto al medio pero, a tal extremo ha llegado, que gran parte de la ciencia está contaminada o es acientífica; sobre todo la que es institucional o corporativa. Sí, no nos engañemos, la esencia de lo científico es el sólo demostrar, el reconocer “lo demostrado sea quien sea”, y ¡jamás! por otra condición, por... un corporativismo –aunque éste se puede añadir a esa prioridad o cuando se cumple rigurosamente esa prioridad–.

Entiéndase, la predeterminación irracional para concebir el conocimiento o lo racional radica en que, con tantos prejuicios, “se duda que la realidad sea la realidad” y, así, todo es válido.

Lo explicaré mejor, los seres humanos –en sociedad– han evolucionado sólo porque cada uno –tú, ése o aquél– tiene unos intereses que se proyectan hacia todo y hacia los demás; pero, esos, le crean una dependencia de desconfianza crónica en la totalidad de sus decisiones: él te ama “a condición de”, él te apoya “a condición de”, él te sigue “a condición de”, etc., con una gran elaboración de dudas y de sospechas –porque su decisión sea segura, ya que hay una búsqueda obsesiva de la seguridad– únicamente por defender a ultranza sus intereses (y es eso una “tendencia egosocial” adquirida a través de las costumbres del prejuicio y a través de valores del proselitismo y, por tal, siempre maniqueos en “ése es de los míos” o “de los no míos”).


Galileo hizo exactamente lo contrario, “salirse de ese corporativismo seudo-racional” y obedecer sólo a lo que se demuestra sea quien sea, aparcar todos los intereses y verificar –nada más que con reglas racionales– que aquello es aquello, sí, por unas diferencias efectuadas. La razón te obliga porque es tu naturaleza, inesquivablemente, a concebir que tú eres un ser humano y ése también es un ser humano; aunque, con trucos, puedes guiarte ya por intereses –y no aparcarlos– para... desequilibrar lo que eres.


Y, por último, porque ya la razón tiene enfrente eso, los prejuicios –como obstáculo extrarracional –, ha de evitarlos –claro, dudándolos, y con una “duda racional”–.


José Repiso Moyano

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LA VERDAD DESDE LA REALIDAD


En el mundo existen las cosas, no las no-cosas que implicarían inexistencia. Y tales cosas interaccionan: A le dice a B que existe. Eso es, A sabe de B y B sabe de A.

Ahora bien, ¿puede decirle A a B que no es A, que la percepción suya es errónea y que, por lo tanto, no existe objetividad al no haber una percatación de realidad? Pues no. Así de claro, por razón de que A puede decirle lo que quiera “como sea” por añadidura pero habrá de decirle primero qué es (por analogía pragmática).
Por ejemplo, una bujía puede decirle a un motor que es un cocodrilo – o sea, por una supuesta incapacidad perceptiva o por una supuesta intencionalidad de engaño- pero su propia funcionalidad “ya le está diciendo” –al interaccionar con él- que es una bujía –pues funciona, actúa, comunica como bujía-.
(Un ser hace –de serse- y busca la verdad desde la realidad; también puede hacer –de negarse- o buscar –con la emotividad- la mentira, pero la hará y la buscará, sí, desde la realidad.)

Con ello, las cosas comunican como lo que son y, así, un ser humano no puede comunicarse como un ratón –no existe punto de vista en este aspecto- para soslayar su objetividad de ser humano; por lo que cada cosa funciona como un algoritmo existencial expresando sólo y únicamente sus recursos reales, los que, de entrada, dispensa o proporciona un contexto real en concreto: el que actúa, el que “vive”.

Sin embargo, como complementariedad, el ser humano se encuentra vinculado a normas (se distinguen: la “norma de trascentalidad cívica”, por ejemplo el saludarse, el identificarse; la “norma social” –por costumbre, por convención, por ley o por ocasión de necesidad social- (1), por ejemplo ser mayor de edad a los 18 años; y la “norma de ejemplaridad” o de superación personal o social –narcisismo-, aunque más valdría llamarle “autonorma” al estar presionada por la misma voluntad, con el permiso de las demás normas) de sociabilidad que acuñan un “lenguaje social-emotivo” –pues el lenguaje social no puede ir por separado de una emotividad lingüística- y, por eso, a lo que conlleva su objetividad, instiga una pretensión, un valor desprendido de una inesquivable conducta social.
He ahí que, el ser humano, dice además con valores, valores que lo normalizan como ser social, aparte de que, tal hecho, no puede determinarlo como no-objetivo desde un principio.

El ser humano, por supuesto, “ya decide” –normas o no, valores o no- una vez que tiene conocimientos; conque todo ser –cualquiera- es un conocimiento de lo que sabe actuar, es decir, a priori es un objetivo de lo que sabe actuar: una capacidad cognitiva, una aptitud, un contenido cognitivo de la propia realidad.
A propósito del ser – que es lo único que es y sus efectos-, el ser –en su Dasein- sólo sabe ser: comportarse… realmente.
Así, el ser vivo sólo es de antemano conocimiento transmitido (instinto) y, luego, conocimiento por hábitos de experiencia fáctica (intuición) por encima o como ineludible base objetiva (2) a lo que, después, añada como conocimiento lingüístico –influido por valores, influido por una cultura-.

Sí, es cierto que la cultura existe, pero la cultura existe detrás de mucho; y no sin son la cultura arregla una sociabilidad en pos de lo que la naturaleza asentó –conformó- en cada ser humano.
Lo que ocurre es que los valores –una añadidura eficaz o no por reconocer o por fortalecer su objetividad- al ser deseos (por voluntad) pueden dirigirse a negar algo, a imponer (por deseo) que algo no es algo aunque su naturaleza ya esté actuándolo y, por lo tanto, reconociéndolo: que está actuando con ese algo.
Más claro, porque la voluntad puede desear, puede desear la deformación, el no-reconocimiento, en tanto que la voluntad puede desear no ser voluntad –irracionalidad- o desear que la existencia no es la existencia. He ahí que la voluntad tiende a ser -con la ayuda de la emoción- subjetiva, elige, cuenta con razones o no cuenta con razones, se apega extremadamente a su emotividad (punto de vista) o toma con prioridad los conocimientos racionales u objetivos, aquellos que se pueden demostrar con hechos o con argumentos coherentes.

Por ello, no hay un “consenso fáctico” ni otro “ideal”, por cuanto no es elegible lo fáctico –que ya es- y sí lo ideal para ser consensuado (3). Sí, el hecho y la voluntad sobre el hecho –que es otro hecho pero no lo que pretende- generan una conducta, una capacidad para comunicar; empero –sin conciencia o con una mínima proporción- se inclinará a comunicar su contenido de emociones, de subjetividad, de conveniencias irracionales.
Sí, de hecho, tales conveniencias irracionales (4) no pueden casarse con los hechos, por lo que no puede esperarse que conduzcan –ni en un ápice- a un resultado objetivo; teniendo en consideración que hablo de “conveniencia”, no precisamente que ésta carezca de elementos o de conocimientos racionales; porque, a fin de cuentas, la “conveniencia” destroza, deforma, la cohesión que debieran seguir esos conocimientos, esto es, al sustentarse unos con otros.
Por ejemplo, el conocimiento de “el perro es un animal” debe sustentarse en el conocimiento de “el perro es un ser vivo” y no en el de “el perro no es un ser vivo”, aunque la voluntad lo pretenda como deseo “deformador”.

No, no existe la “razón práctica” (5) por cuanto no existe la “razón ideal” y por cuanto la razón sustenta –cohesiona- conocimientos de realidades que se han hecho, no que se imaginan, no que se desean, no que se deforman. Es una obsesión de algunos pensadores, la razón cohesiona conocimientos objetivos –resultados de hechos, no resultados motivacionales o emotivos-.
Por ejemplo, un resultado motivacional puede ser el “negar algo” y otro el “no negarlo”; pues bien, la razón no puede cohesionar tales conveniencias: el que algo se sustente en su inexistencia (hic et nunc).

El ideal y el asentamiento subjetivo de valores estimula sólo a la voluntad –es un servicio para ella-, es una utilidad para la acción, o sea, se desprende o se referencia de unos hechos ya determinados (objetividad) por trascenderlos hacia otros –que no son los mismos- por condicionar con intención –con deseos- algunos de sus aspectos.
El ideal o el valor social, por ello, sólo quiere condicionar en lo posible a hechos que aún no los son; el ideal desea –programa- al hecho, no dice un hecho objetivo o en concreto, sino desea fortalecer capacidades –como "alerta"- para influir –actuar de otra manera- en otros hechos.

Los sentimientos son unas capacidades de acción condicionadas, sí, pero no todos los sentimientos son valores o ideales sociales, sino además – o ante todo- reacciones vitales, de supervivencia, de realidad.
Por ejemplo, la nostalgia propende a cohesionar hechos del pasado antes de que sean propiamente valores sociales, es decir, se informa –se sustenta- “conscientemente” sobre lo ya ocurrido, gracias a un imperativo de identificación o de supervivencia. Los sentimientos sienten un hecho primero antes de pretenderlo como valor: sienten el cómo se ama, el cómo duele, el cómo se espera algo, pero siempre con una vinculación directa a hechos, con una comunicación directa a conocimientos ya tenidos o que se están experimentando.
Sí, luego trascenderán a valores, a ideales.

El ser humano no se encuentra situado en el “centro de la diana” ni en otro centro inventado, sino en un contexto interactivo, con lo más próximo que le condiciona. Los sentimientos no son categorías, sino acciones que se rigen por categorías –por órdenes armónicos o racionales o contextuales inevitables-.

Lo intuitivo (6) es un conocer habitual, un conocimiento habitual, un “conocimiento-alerta” siempre pesando sobre nuestra conciencia actual, es decir, supone un “mazazo de realidad” en cualquier momento. Pero, cuando ese hábito-alerta se impregna de pretensiones, de direcciones voluntariosas, pues entonces se concibe una moral paralelamente a que se sienten las acciones bajo categorías de amor, en fin, de circunstancias concretas que permiten una reacción de miedo, de dolor o de subsistencia.

Es falso, totalmente falso que “lo que es real sólo podemos explicarlo con el recurso de expresiones lingüísticas” (Habermas) porque se dice con todos los recursos que cuenta un ser en su contexto o... con ninguno –no se puede dictar que todos sus recursos en cualidad no los utiliza- y, porque atienden o se sustentan sólo en realidad, la dicen: no va a dar el olmo bellotas porque lo diga él con su incoherencia o con sus caprichos deformadores.


(1) De aquí se desprende la intuición moral.
(2) Por ejemplo, en una golondrina “su volar” o “su emigración” es por instinto; en cambio “volver al mismo nido” para procrear es por intuición, pues ya se remite a una experiencia, a un conocimiento consolidado por una experiencia.
(3) La moral nace de la voluntad social que decide un ideal pero, esto, no debe mezclarse con los “valores” o capacidades fácticas de esperanza, amor, sosiego, etc. –digamos, mejor, que los valores de voluntad social influyen o condicionan a éstos últimos-.
(4) Que se comportan como orientaciones axiológicas o expresiones contrafácticas de una conducta.
(5) Puede existir la razón dicha por un ser humano (razón humana), es decir, la razón buscada, hallada, conseguida por un ser humano, pero no la razón que no se sustente en algo que no sea lo práctico.
(6) Lo intuitivo es una predisposición para reconocer conscientemente –realmente- tipos de conocimientos.

viernes, 12 de septiembre de 2014


EL DOGMATISMO


El ser humano una vez que vive en sociedad no puede ser libre "a sus mismas reglas", en cuanto a que está sujeto a leyes y éstas las protege un Estado o un poder organizativo que, socialmente, siempre existirá.
Por eso piénsese: esa supeditación permanecerá porque, a toda organización social, le es inherente un orden activo que, sin tregua, es ejercido de unos sobre otros y, por representar el poder, de esos primeros sobre ellos mismos –aunque con más libertad en desproporción o en injusticia, ya que ellos deciden las leyes que salvaguardan sus privilegios-.

Desde luego, el poder tal como es se engendra así como "dogma": en pro de beneficiar “siempre” a los que se encuentran vinculados a las instituciones y, al resto, en la medida en que se pueda. A unos “siempre sí” de una forma incontestable; en cambio, a aquél, a ése, en algo, en la medida que él se deje ver o pueda presionar o pueda escandalizar públicamente a esos que “siempre sí”.
El dogma es lo que se resiste a presentar cambio o progreso ante la razón; y, en cuanto se trata de algo que se refiere a la costumbre o a la fe, más se resiste, más se retuerce obsesivamente hacia un único fin.

Con esas premisas, la sociedad se vaticinará –mientras exista- en suma para ser sociedad con... leyes; sin embargo, han de modelarse y evolucionar de una manera tan proporcional como la sociedad en sí misma cambia. Si no, heredará o arrastrará sus injusticias; pero, ahora, frente a un portento más evolucionado de la razón, por lo que "ésta" -la supuesta por la sociedad- puede acostumbrarse a justificarlas, a vivir con ellas, a consentirlas, a dogmatizarse o ser seudo-razón.
Sí, ya sabemos que un científico en este tiempo descubre racionalmente algo –utilizando por fuerza la razón que otros le han facilitado-; no obstante, sólo es razón escindida si prescinde de una coherencia. La razón que adquiriría un adolescente con el aprendizaje de todas las nuevas técnicas de la manipulación genética entregado en su “torre de marfil” para unos beneficios “inculcados” o dogmatizados porque, del mismo modo que no se comportaban plenamente racionales los médicos que trabajaban para los nazis o para otras causas erróneas –aunque lograsen descubrimientos científicos-, en la actualidad intelectuales hay que se hallan alineados para sobreproteger, para sobrealimentar, para justificar ciertas conveniencias racionales o un adoctrinamiento.

Incluso durante la Restauración francesa (1814-1830), por intenciones de Royer-Collar y partidarios (Guizot, Rémusat, etc.), se adoctrinó el liberalismo contra el absolutismo, cuyos resultados convenían en verdad directamente sólo a una parte del pueblo o a la burguesía; pero, sin duda, demuestra eso que es una constancia, que el dogma es y será utilizado con todos sus variantes: para una religión en donde unos se enriquecen desmedidamente con él y para un movimiento social –como el marxismo- en donde se acaba al final disolviendo la posición crítica o la razón (*).

Hoy en día lo que ocurre es que la mayoría de los intelectuales –la mayoría que no quiere decir todos- se saturan de información y no la eligen, o no saben elegirla en tanto que el corporativismo o la omnipresente “grupalidad” ya les delibera o les especula todo lo que tiene que ver con “una” línea en concreto; así que, sugestionados por tal “linealidad” en su amplia extensión superflua, no atienden sólo a la razón –con una exigida independencia- venga de donde venga. Eso es, no asumen un código ético de… reconocer lo que es racional, advirtiéndolo y valorándolo en su justa medida.

No es extraño el darse cuenta de que, un intelectual o un científico, ahora suele decir antes “trabajo en ese proyecto”o “empresa” –lo cual le dará prestigio- que “trabajo para la ciencia” o “por una coherencia”.

Por ello, en todo caso, lo que se debe evitar -y bien- es cualquier dirigismo en contra de la razón, o un dirigismo de la censura.
El intelectual –porque sea coherente- tiene el imperativo moral de denunciar los abusos de poder que benefician o engrandecen a unos pocos, las medidas de autoridad inservibles u opresoras, la “unipersonalidad nacional” o un exceso de patriotismo que aúna los odios para el aislamiento social o para la guerra (en todos los aspectos: el integrismo).
En claro, el odio de una persona no llega a ninguna parte –no es tan relevante-, empero, un odio social sí escudándose o ayudándose de muchos para desestabilizar un país a favor de la crispación, de la violencia.

Aquí, en el mundo, las leyes ejercidas deben ser leyes prácticas, no leyes divinas o sublimadas por el capricho de cuatro iluminados para la alineación o para la manipulación irracional; luego, lo "supremo", será el derecho facilitado o permitido –distribuido-, la dignidad humana –para cualquier poder en el contexto ejecutivo- conforme a que, ya lo íntimo, no se impone, es algo "personal", como se sobreentiende en el arte o en el ideal político.
He ahí la base: el antidogmatismo, la concepción responsable de que existen seres humanos iguales en derechos con la necesidad, sobre todo, de recursos prácticos, no de dogmas.

En derredor nuestro, el dogma se nutre de la sinrazón, del “porque sí” irracional, de la justificación injustificable, del consentimiento útil a la censura y no al sentido crítico, de la hipocresía, de la inculcación del miedo o del amor ficticio –el de moda que responde a unos cánones que incentivan la marginación-, de la mentira.
Al dogma, a ultranza, le agrada el quietismo, la optimación manipuladora, el “todo va bien, el “Dios lo ha querido así”, la resignación.

En lo más íntimo –cuando se impone- provoca la ignorancia puesto que, por definición, significa restringir la razón, acotarla (mientras que el conocimiento –o la razón- descubre, el dogma se paraliza, fija y, así, encubre o tergiversa lo demás).
Aposta, el dogmático, después de demostrado un error –o una sinrazón- sigue con él y, encima, sigue con el truco de “tengo la conciencia tranquila” (ningún sinvergüenza poderoso renunció a recurrir a este truco), por lo que infunde mentiras, confunde; porque sin dogma, sin él, pierde imagen o pierde el prestigio adquirido con… seudosantismo.

Y es que la razón cuesta mucho el defenderla en detrimento de simpatías o de máscaras (¿cómo responder con conveniencias y no con lo que se debe decir guste o no guste?) pero, al instante que se usa, ya choca contra el quietismo de uno, contra el chovinismo de otro, contra el involucionismo religioso de un asceta o contra el ideal de “superhombre” o de "supernación"de tal o cual inoportuno sabiondo.
En eso, si uno demuestra algo con bastantes pruebas, para el corporativismo de turno aferrado al error no importa nada: servirse de lo más miserable dialécticamente –o con la censura- es su fuerte.
Claro, con la imagen y con el prestigio miserable celebran sus fiestas de sinrazón demasiados intelectuales y… ¡a callar! Quienes se esfuerzan sólo y únicamente con la demostración, ¡a callar!

Sin tapujos, la coherencia con censuras es nada, así de sencillo; por razón de que sólo le es válida la razón, no la confusión, no el amiguismo, no la sugestión, no la influencia mediática -que juegan interesadamente con las injusticias pues, no estando en igualdad "contra todas", hacen bandera en un interés de unas sólo discriminando las demás: las utilizan-, no la presión del “¿qué dirán?”, no el chantaje económico, no el seguir un proyecto doctrinario, no lavándoles caras y caras a maestros al margen de una plena disposición racional.
Porque, sí, hablan demasiados ya de ecología, pero se gastará hasta la última reserva de petróleo, hasta la última gota: se gastará; hablan y hablan, sí, demasiados, pero se venderá hasta el último coche que se fabrique, o se buscará hasta el último cliente que pueda encontrarse aún por fabricar un coche más: por fabricarlo.


(*) En China, la doctrina “Cheng-ming” rectificó los nombres o las palabras para unos objetivos político-religiosos. Para Confucio suponía la base de una reforma social: controlar lo que decían sus conciudadanos.

En la Europa del siglo XVII, el jansenismo, exagerando las doctrinas de San Agustín, limitó el libre albedrío a los predestinados por leyes divinas.
SARTRE Y EL EXISTENCIALISMO


El existencialismo fue una corriente intelectual que se generó por y a raíz de una sociedad en crisis, como la de principios del siglo XX, con unas ideas de volver o de refugiarse en lo más humano, en el "buen salvaje" de Rousseau, en el ser "que se vive" de Kierkegaard, en el grito emocional más que racional: el cual despierta o hace al ser humano ser consciente de sus sometimientos.

Era un posicionamiento crítico, anárquico, rebelde; era el vuelco de la historia a favor de un ser humano en concreto, señalado con el dedo de la revaloración, ahí, esperando que su situación de angustia ontológica sea tenida en cuenta, esperando ser escuchado, esperando que la humanidad no progrese sin él, sin su sentimiento... desahuciado.

Este posicionamiento lo defendieron: Heidegger, Sartre, Marcel y Camus, entre otros.
Sus reivindicaciones se expresaron con la duda, con la lamentación de un existir humillado o sometido (por "el todo de puertas cerradas"), con el pesimismo, con el subrayar constantemente la carencia de un "sentido justo" ante tanto horror que, en el mundo, recibe y protagoniza el ser humano.

Por eso, por ese aspecto de quitar cadenas y de liberalización, se puede considerar como el primer grupo intelectual "de compromiso" con la esencia del ser humano puesto que, si los ilustrados lo incitaron a que se librara por medio del conocimiento de la obediencia ciega a los poderes fácticos, los existencialistas promovían su propia conciencia crítica frente a la sociedad y frente a sí mismo, para librarse dentro de sí mismo incluso, ya consciente de toda clase de miseria por dirigirse, así, a la necesidad de ser solidario o de comprender a los demás.

Sartre (París, 1905-80) sostuvo que cada uno de nosotros somos un ser libre, en ciertas direcciones que podemos o no elegir; pero, en contra, eso supone también una condena, una "fatalidad" de ser... siempre libertad: No podemos elegir no ser libres, no podemos elegir no desear, por lo que el ser humano está claramente condenado, condenado a una "pavorosa" libertad.

Es cierto -porque posee voluntad-, dentro y no alrededor de este cerco, de lo que hay, sólo se puede vivir; en tanto que, siempre, se vivirá de lo posible, desde unas inesquivables raíces "de lo vivido" pero, sobre todo, de ese contexto que posibilitó a tales raíces el desarrollarse o el que formaran algo.
Al lado de esta angustia, él creyó en el ser humano, y lo concebió como un proyecto semejante a una aspiración contenida o constituida por valores, en cuyo centro se encuentra la intención, el menos vano de los valores: el intentar siquiera, con autenticidad, el crearse uno a sí mismo o el dirigirse, con eso, a su felicidad.

Es evidente que, esta digna aspiración, sugiere seguir irremediablemente a un humanismo que ya no es abstracto, sino que es algo concreto y necesario, un humanismo que no es el que, de forma renacentista, se defendía por liberar a individuos mediante mitos o fijaciones para un "ideal del yo", claro, con referencias o encasillamientos que “provoca” en la historia.
Aquí, en cambio, es un humanismo del aprovechamiento de la libertad para construir o simplemente avanzar, es un humanismo que no quiere siquiera orientarse de su pasado, que aun niega definirse “por naturaleza”: una verdadera utopía (procura, así es, dar un sentido... a la misma existencia).

Algo de virtuoso es tal propósito, pero su error fundamental se decanta en que sólo es un propósito, uno que abusa quizás de proposición cuando, en realidad -porque es realidad lo que ya somos antes de nada, o de un propósito-, el ser humano debe seguir obligatoriamente a unas reglas o “referencias” (mejor: desarrollos o ciclos) no elegibles, sino condicionantes, condicionantes porque a él lo han hecho y porque, así, pueda existir.

Los principios condicionan para que, algo, consista precisamente en algo.
Es el mismo error que cometió Heidegger y en grado tal que, el ser humano, no es un "ser-ahí" tan sólo, advertido de golpe: además la realidad ya lo ha permitido "hasta ahí"; por lo que no es ese "ser-ahí" mágico u ofrecido en un "abracadabra", no el ser abandonado supuestamente por la realidad, sino es el ser que se acumuló y aún se acumula de realidad y de elementos reales.

Desde luego, lo que bien se puede hacer es “modular” ciertas de esas acumulaciones o rechazar las que son posibles en adelante rechazar -como los valores creados desde la sinrazón o desde la ignorancia o no consubstanciales al ser humano, en cuanto que no nació para establecer definitivamente un prejuicio-.
Se tendrá, con ello, que hacer lo posible y eso no es un absurdo o una inutilidad, no, sólo es conformidad real de adaptación: el aceptar la realidad útil para su todo que progresa, no para la conveniencia del antropocentrismo de turno -un prejuicio-.

Porque, cuando este antropocentrismo de forma exagerada pide para sí más, "quita" o ignora entonces a otra parte de la realidad sus posibilidades -de éstas tenerse en cuenta con el conocimiento y de ser, para el ser humano, más fiables condicionantes-; acaso desde una coherente o natural... humildad.

Sartre, en fin, deseaba una terapia para su condición existencial y, de entrada, significó sin duda el existencialismo una de las mejores terapias -basada en la impostura o en el “atrevimiento emocional”- de las inculcadas hasta el siglo XX; porque ya se sabe que, todo, se debe intentar -cuando es humanitario-, incluso lo imposible, tan sólo por usar otros recursos o reconocer o darse, al menos, cuenta de hasta dónde se puede llegar para comprender más lo que somos; y, en ese digno intento, se aprende y se rectifica: he ahí ya un auténtico humanismo.

Lectura recomendada de Sartre: "La náusea", 1938.

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LA IMAGINACIÓN

El nivel de inteligencia de los animales -excluido el del ser humano- se encuentra condicionado o limitado por el instinto, porque corresponde a mínimas acciones y repetitivas, es decir, no se crea más necesidades (necesidades creadas) para actuar y, además, no atiende al entorno en general, a demasiada amplitud; así es, se interesa por cosas muy concretas.
Lo primero que se sabe es, por ello, que posee una reducida y suficiente atención: la que deriva más de su instinto de supervivencia y es asegurada, repetida una y otra vez -a través no de una memoria ampliamente significativa, sino mecánica-, a impulsos instintivos.

Está claro que si un ser vivo tuviera una necesidad vital ajena a esa impulsiva conllevaría una atención mayor al entorno; porque al momento se relacionaría con respecto a él no en función de "lo que le sobrevive", sino de lo que añade por él mismo (por voluntad), contempla, y adquiriría lo imprescindible en el hecho intelectivo: la capacidad voluntariosa de recordar.

Desde eso, sólo una nueva situación biológica-medio habría de provocarle la no-repetición de funciones a algunos de sus miembros orgánicos (con la ayuda probablemente del medio que le eliminaba o le sustituía el resultado a tales funciones) a favor de la búsqueda de otras.
Por ejemplo, que su nuevo medio careciera de árboles y dos de sus extremidades habituadas a treparlos le sirvieran luego, durante un largo tiempo, a una función "más creativa" y también como defensa contra sus depredadores.
El caso es que el erguimiento, la bipedestación, ha sido el único recurso viable -ya es un hecho- por el cual un ser vivo entre tantos fue capaz de iniciar experiencias: por él mismo, por voluntad.
El suceso, tal hecho ayudado por otras particulares circunstancias, consiguió inevitablemente que él ahí prestase más atención a lo que le rodeaba y, eso, significa que se motivaría por seguir experimentándose con el entorno ya de forma decidida, lúdica.

Pues bien, una actividad lúdica duradera no puede por menos que desarrollar otro tipo de memoria menos "mecánica", menos mecánicamente causa-efecto, y más generativa de una percepción sobre el diferente uso de las cosas, esto es, incentivadora de una conciencia que experimenta -para sí- la utilidad, el valor nuevo -el afecto o el sentimiento creado-, la empatía por las cosas -el participar con sus existencias-.

Y eso no es sólo simbólico, es algo más que simbólico; y no es sólo lenguaje o comunicación, es primero autolenguaje o autocomunicación: es un darse cuenta o, mejor, es el sentido de que algo puede ser útil en deteminadas maneras que él mismo maneja (con las manos), que él mismo manipula y descubre.
He ahí que adquiere la capacidad del descubrir, a su voluntad, utilidades para una u otra necesidad y, desde eso, aun para necesidades nuevas.

El ser humano es el único ser vivo que "vive" lo que se encuentra a kilómetros de él; y sólo porque... lo ha retenido de un modo muy particular -propio- en su mente: es capaz de recordar más en suma. Pero, ¿porque? Pues por imágenes, es decir, lo que ve o toca o huele relacionado o referenciado por conceptos, por símbolos -de una u otra índole- significativos -aquellos que no corresponden a la memoria instintiva- que utiliza para recordar.

La memoria significativa o simbólica o intelectiva se basa en que se reproduce una experiencia relacionándose con un símbolo que la hace ser almacenada y, luego, coherente o conectiva a través del mismo o de un parecido estímulo simbólico, se evoca a una experiencia en general.
Por lógica, es de esta manera más probable y en parte ya probada, el recuerdo se "almacena" para ser evocado simbólicamente o referenciado a una experiencia presente o conciencia, como propugnaba Bergson; mientras, está a la espera, en la inconsciencia, para ser después convertido en imagen que provocará asimismo un estímulo simbólico o conceptual.

Se recuerda, de seguida, lo que guarda conexión hasta un presente, pero sólo existe conexión con una obligatoria relación; y una imagen no puede estar conectada en la mente sino por sólo conceptos que son los instrumentos que "recogen" cada imagen.
Por ejemplo: Sobre una mesa hay miles de fotografías -representando a la inconsciencia- y, donde se recoge una o varias que corresponde a lo que se ha vivido en ese instante, es en la construida conciencia a través de la imaginación; y, en efecto, puede rescatarlas porque existe una conexión, un gancho, una capacidad de relación o de identificación, una vía, una simbología constante -un orden simbólico- que le permite "llegar rápido", "encontrar rápido" esas precisas que corresponden a lo que está viviendo en ese instante.
No es "un recoger" sin sentido (o sea, sólo por voluntad), sino sujeto a un sentido simbólico, trascendental en el contexto también intuitivo.

En claridad, la imaginación es la que se remite por ella misma a una coherencia, a la razón; aunque otro aspecto de la imaginación es que puede deformar voluntariamente la realidad fantaseándola: recurrir a construirse como no son las cosas porque eso causa emociones nuevas en un beneficio de huir o de evasión de lo que le daña la realidad y porque la imaginación también ya idealiza, proyecta al futuro ideas deseadas. Eso, pues, es más o menos lo que llamamos fantasía.


Notas.-

El ser humano no recibe información, sino que conecta directamente a su simbología -de su experiencia general- experiencias y, de esa conexión, ya hace información; pero cuando las experiencias las personaliza o las impregna además con su propia simbología. La imagen simbólica no es sólo imagen visual, sino imagen conceptual; en los invidentes es estrictamente conceptual.

La imaginación es, por definición, lo que evoca una memoria organizada o desorganizada pero, en la conciencia, siempre si es organizada con respecto a la realidad puesto que es más o menos entendimiento; y es su instrumento.
La conciencia es lo evocado con un entendimiento, lo organizado -entendido- como memoria simbólica con respecto a lo real, el resultado presente de la atención más o menos voluntaria al medio, o sea, aquél conseguido desde unas experiencias iniciadas para ser resueltas por el mismo sujeto (conciencia implica también siempre algo de autoconsecución); el cual ha contemplado sus nuevas y continuadas funciones orgánicas provocadas en y por el medio.

El recuerdo es la evocación misma, la evocación de experiencias-imágenes llevadas hasta la conciencia; donde interviene el apto consciente del instante (“el apto de un actualizar”) porque sea real (en la imaginación no, pues ésta se encuentra también en los sueños donde grados de inconsciencia reducen que el recuerdo sea real y no deformado).


Lecturas recomendadas: Henri Bergson ("Ensayo sobre los datos inmediatos de la conciencia", "La evolución creadora"), John Dewey ("La escuela y el niño"), el cual experimenta que, cuando conscientemente se decide el cambiar una organización de vida en beneficio del progreso intelectivo, el ser humano recurre a todo su potencial imaginativo.




viernes, 22 de agosto de 2014

La manipulación emocional (haciendo creer que se es o no inteligente o que se tienen
supuestas capacidades) es la cara más horrible de la historia; y la realizan las ocurrencias de
dominan.
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Con potenciar cualquier emocionalidad NO HAY UN EFECTO DE UNA MAYOR INTELIGENCIA, ¡nunca!, sino ÚNICAMENTE con la adquisición y evaluación crítica y autocrítica de conocimientos. El arbitrio de afectos o emociones -por muy bonita que parezca la intención- conduce absolutamente siempre a la manipulación; pues ¿a quién hay que darle esos afectos? y ¿a qué o a quiénes no?, es decir, ¿qué regla universal hay ahí para que sea imparcial y que no manipule?
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Se manipula emocionalmente (a mandatos emocionales):
- Por tener que identificarte a un grupo.
- Por tener que realizar un uso indiscriminado de tu poder.
- Por tener que obedecer siempre a la autoridad.
- Por tener que creer en todo lo que una mayoría cree.
- Por tener que mentir y mentirte compulsivamente porque conviene.
- Por tener que cuestionarte las cosas solo interesadamente.
- Por tener que responder con pánico sistemáticamente a algo inculcado.

Otro aspecto muy diferente -otra cosa- es la educación, la educación que recibe un niño -desde que nace- del... ENTORNO -del medio social-.
Hay que señalar que CONOCER -o adquirir conocimientos- no es exactamente lo mismo que EDUCACIÓN.
Por ejemplo: Un perro o cualquier animal conoce o va conociendo a través de toda su vida; en cambio, cuando se socializa o adquiere NORMAS de socialización, ya está condicionándose en voluntad y en cierta libertad a eso, está condicionando todos sus conocimientos a una normativa social (en donde debe imperar unos principios justos o lo más justos).
Así que no todo el conocer se elige, pero toda la educación sí se elige; y la elige: la familia, el pueblo, las instituciones, los medios comunicativos y el gobierno.
Entonces, se EDUCA ante todo racionalmente -haciendo comprender, no imponiendo- nunca invadiendo la independencia emocional y única de cada individuo; o sea, se educa no coartando -ni condicionando arbitrariamente- la libertad emocional (el sentir propio existencial, el sentir propio religioso, el sentir propio sexual, el sentir propio de espontaneidad o de carácter, el sentir propio de complicidad con la pareja o con los amigos, etc.).
Un padre cuando educa tiene que ser padre, no amigo, ni acostarse con su hijo emocionalmente; al igual, un maestro cuando educa tiene que ser maestro ante todo, no amigo, ni acostarse ni diseñar emociones íntimas con sus alumnos.
Las emociones en cada individuo son solo propiedad y únicas en ese individuo -es la diferente señal de identidad que tiene-; por otra parte, los conocimientos o las reglas que dan los maestros deben ser las mismas -por hacer una sociedad coherente bajo unas mismas reglas- para todos. Así es.
8 de octubre de 2011

miércoles, 20 de agosto de 2014

LA IMPOSICIÓN

Se necesita poco entendimiento para tener en claro que únicamente otro u otros te pueden imponer algo -contra tus propias decisiones- desde un poder social superior al que tú mismo tienes; es así, exactamente así, puesto que te ves obligado a “aceptar” o a aguantar algo por la fuerza, ya sea por mera supervivencia o ya sea por un digno bienestar cuando, esa imposición, se te utiliza a modo de acoso presionando tus propias libertades en restricción de la racionalidad.

Luego, sólo y nada más puede imponer lo predominante (las costumbres, las leyes, las modas, etc.) y quienes poseen recursos de presión (económicos, mediáticos, políticos, religiosos, patrióticos, etc.) que otro, que no los posee, no los puede eludir o que no los puede vencer ni con los valores éticos ni con la capacidad del convencimiento libre o con la sensatez en suma.

Y está expresado sin que se le imponga a nadie; como el expresar que realmente el Sol sale por el Éste pero, si crees que se te impone esta realidad, pues sácalo por el Oeste y, así, no se te impone y te pones lo antirreal.
No más engaños, no más manipulación, quienes están alineados -en protección y en beneficios- en uno de esos poderes de presión -no ejercidos sólo por el convencimiento- sí imponen en evidencia desde todo el poder de tal alineación; pero no quien está fuera en un uso prioritario y exclusivo de la racionalidad.

Ya dije en otra ocasión que mis detractores -esos- son tan miserables éticamente que, hasta para insultarme, son estúpidos y apestan a cobardía.

Uno, un violento colombiano, con los tornillos flojillos de eso que llaman cerebro, me dijo que yo le imponía mis demostraciones; pues bien, sí, éstas se difunden en Internet -que para eso es de todos- sin alguna alineación de poder por mi parte, sin apenas recursos por mi parte, sin marketing ni mecenazgos, sin privilegios grupales, sin padrinos ni apoyos de influencias por mi parte, sin “peloteos” por mi parte y -lo más importante- sin alguna cerrazón o intolerancia por mi parte para aceptar -ya directo al grano- “lo que se demuestra” o lo que se prueba contra lo que hago o contra lo que digo.
Por supuesto, se difunden así, con la absoluta libertad en cualquiera para decidir conocerlas, para contactar conmigo -ya que para eso existe el bloqueo del “correo no deseado” o la expresa o sencillota advertencia del... decírmelo, que es fácil, como rascarse la nariz-.
Además, la publicidad del tan importante conocimiento -no lucrativo- ha existido durante toda la historia, y es nada más que dignamente necesario.

Aunque, claro, a bastantes, a los que imponen sin escrúpulos -desde el poder de una alineación acosadora de prejuicio o sinrazón- intolerantemente les molesta todos esos que les exigen que respondan a sus errores o nada más les molesta que les frenen tener poder; por lo que, de inmediato, a jauría mental, a gran perversión, atacan a lo personal del otro que ama la vida “no miserablemente ética o inhumana” diciéndole que es un ignorante, un rudo, un paria o ya un inferior a su clase mental podrida. Eso sí que lo saben hacer en sinrazón, en egolatría y en crueldad.

Cada uno sólo es lo que es capaz de demostrar en hechos y en coherencia racional; y lo demás son trucos para destruir.


José Repiso Moyano
http://delsentidocritico.blogspot.com/
MANIPULACIÓN PSICOLÓGICA
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Antes de la aparición de la escritura el ser humano se expresaba (al igual que cualquier otro animal, pues expresaba vida, “su nivel de conciencia de vida”) gesticularmente con su cuerpo (1), con unos mínimos símbolos verbales y, además, con unas comunes -o menos comunes frente a los demás- actitudes socializadoras; pero, cuando se sirve de la escritura en el milenio IV a. C., entonces, “guarda” sus expresiones, las exhibe y las recupera mnemotécnicamente de un día para otro.
Es decir, cultiva (con un método o a partir de un método, ya con un sistema intelectivo- su expresión verbal; es decir, desarrolla su expresión social (2); es decir, se motiva -surge la “intención social” sujetada a ese método de expresión social- al comprobar que trasciende lo que conoce -que ya no es para sí o para un fugaz presente- o que es valorizado más allá de él mismo.

La escritura, por eso, supuso el decisivo estímulo intelectivo en su inherente orden social -no individual- porque, la evolución, aquí comportara una amplitud de conocimientos sobre el medio; conocimientos que “ahora” se complementaban, que se aunaban favoreciendo, sí, una inesquivable capacidad de comunicar expresiones más conscientes: por constituirle al conocer, en su desarrollo, una responsabilidad, pues sólo a través del conocer más sobre algo se adquiere más responsabilidad, más implicación, más dependencia cognoscitiva sobre ese algo.

Sin embargo, si el dolor se encuentra apegado -por consecuencia- a lo más elemental que vive un ser vivo -puesto que lo que le destruye le afecta-, así, el ser humano no puede evitarlo ni siquiera en su ya nueva determinación consciente y, por ello, se duele inevitablemente, siente la soledad y la necesidad de contrarrestarla con la búsqueda del principio demiurgo de su existencia; claro: vinculado a un sentido antrópico de ése.

El ser humano, que es el que “se duele”, y elige primero el remedio para sí, no precisamente para el Universo debido a que, él, necesita una devoción hacia algo que no sea humano -pero sí permanente-, hacia algo que sí importa, hacia algo que identifica... humanamente.

El hecho es que la religión es connatural a la conciencia y los “dioses” habitan en la misma naturaleza que conoce el ser humano y, por ende, ya desde el principio simbolizaban el cielo, el Sol, el mar, el bosque, etc.
No obstante, ocurrió algo que transformó la religión, alrededor del año 1000 a. C. nace en la ciudad persa de Backtriana el profeta Zarathustra, quien crea el mazdeísmo introduciendo un Poder Bueno atribuido a Ahura Mazda y un Poder Malo atribuido a Angra Mainyu; asimismo introduce los conceptos religiosos de Creación, de Primera Pareja Humana, de Santísima Trinidad, de Diluvio Universal, de Cielo e Infierno y de Libre Albedrío posteriormente utilizados por las religiones monoteístas: por el judaísmo, por el cristianismo y por el islamismo.

Para Zarathustra la maldad es un error ante la creación de un ser humano perfecto, puro; un error que debe subsanarse por medio de la “luz” que concede Mithra o su culto (Mithra ya es mencionado anteriormente en la India por los vedas).

Pero la religión se dirigía a los demás desde donde todo se controlaba, desde el poder: En las primeras ciudades sumerias el templo era el gran centro productor de riquezas, las cuales administraban unos sacerdotes supeditados a un líder religioso o “Señor”.
Así que, en el origen, religión y explotación fueron sinónimos, desde luego, correspondiendo al más poderoso la condición más divina -a la que había de obedecer- o, por “ley”, ante el cual los demás tendrían que ser sumisos.
Y los sacerdotes siempre pertenecieron al más alto rango, a la aristocracia o nobleza, “ninguneando” el dolor de los esclavos en pro de una manipulación precisa para que unos vivieran mejor.

Al igual, en la religión egipcia, el faraón y sus sacerdotes poseían la bendición segura ante el tribunal de Osiris empero, al resto, se les obligaba a obedecer de una forma u otra: con las abnegaciones o con los sufrimientos necesarios -aunque no reconociendo explícitamente que fueran sufrimientos, porque era... malo, en función de que había que estar contento “hacia fuera” en agradecimiento a los dioses y a los que comían un día sí y otro también por medio de ellos-.

La religión ideó, especuló y garantizó el sistema de privilegios que aún persiste; y, de hecho, tuvo que imponer un “miedo o represalia tras la muerte para que, todos, esos privilegios los consintieran.

El que ofrecía el sacrificio a los dioses de seguida, pues, se veneraba.
En los vedas lo preparaba el jefe, el padre de familia con la colaboración de un bramin; éste, un sacerdote especializado en la ceremonia del sacrificio, conocía “especialmente” la concepción panteísta del dios Brahma y, así, poseía los secretos de tal ritual al mismo tiempo que concebía perfecto un sistema de castas.
En fin, en el budismo se debía, por regla, ofrecer también sacrificios a los dioses y obsequios a los sacerdotes; aunque desde la pasividad, desde la no-acción para “no sentir” deseos, desde un estado inmunizado o extrapolado a ciertos sentimientos negativos -o a casi todos- para sentir un supersentimiento positivo y grandioso de paz con una forzada sonrisa eterna ante el nirvana.
El budismo, después, mediante la reforma del rey Asoka, permitió el “ilusionismo” dirigiendo al ser humano al ascetismo en el cual, tras ese aislamiento que restringe los deseos mundanos, se alcanza la paz: como una misantropía -y de hecho lo es- psicológica vistiendo o inventando la compasión con sueños o con ilusiones de meditación; es decir, negando -por el bien de todos- el que uno sienta su dolor porque se considerará un error el que lo sienta, ya sea de injusticia o de no tener su divina gracia meditabunda (¡ah!, y la que sienta el dolor de un hijo al parirlo está muy equivocada).
Comoquiera que se defienda lo indefendible, el reformador Thong-Kaba en el siglo XIV le remitió -influido por cristianismo- al budismo una jerarquía semejante al monasticismo cristiano; con esto, esa religión redentora -como todas- ya cuenta con la adoración imprescindible a un jefe, a un hilo directo con la eternidad, a un Dalai-Lama también y, a su vez, a todos sus rituales de meditación propios de él.

Siguiendo con las diversas religiones:
Del mismo modo, en Centroamérica, los aztecas -aunque lejanos- ofrecían sacrificios -humanos- a los dioses en beneficio de una particular condición guerrera de su imperio; y, en Sudamérica, los incas se guiaron por el poder teocrático de los intereses de su inviolable y supremo Inca.
En la religión semítica el culto a Moloch, en Asiria, requería el sacrificio constante de niños y automutilaciones.
En Grecia, el sacerdocio era exclusivo de la nobleza lo mismo que en Roma, en donde empezó siendo un privilegio de los patricios.
En los celtas, los druidas impartían la justicia, la enseñanza y la curación desde la adivinación y también desde los sacrificios humanos.
En China, el confucionismo deificó al Emperador como “Hijo del Cielo” y, el taoísmo, inducía a todos para beneficio imperial a la pasividad -al monasticismo-, a la no-acción, ya que la acción debería corresponder a los duendes y a los “genios” de la naturaleza.

Así que las clases sociales siempre se originaron por los tejemanejes de la religión (3), pero ésta manipuló el dolor y la insatisfacción -negándola- de los que la aguantaban y les aguantaban las injusticias: recurriendo a unos eficaces estados de positividad que siempre celebraba la resignación o el no hacer nada frente al poder.

La manipulación psicológica de los sentimientos, sin duda, ha constituido la verdadera base o apoyo de los que se pasaban la vida aconsejando mientras que ellos se reservaban muy bien sus privilegios u honores sociales; y consistía, bien, en inculcar que los otros sufrían por sus propios errores -ellos no tenían errores-, o sea, que ya en adelante no fueran tontos y se adentraran en la buena conducta que ellos les predeterminaban exterminando sentimientos o reconocimiento de hechos.

Lo importante, según los ascetas -y según algunos oportunistas psicólogos modernos- es que sigan unos consejos, que vayan para acá o para allá y, claro, con positividad -que significa sentir lo que ellos quieren censurando a quienes les digan lo contrario al margen de ese positivismo de nosequé-.
Los consejos son los que han inventado “lo positivo”.

Bueno, otras veces se habla de un equilibrio con la prohibición de sentimientos a unos sí y a otros no, según convenga o según la moda; otras veces de un equilibrio exacto al de la naturaleza -que no puede existir, no, en cuanto que el ser humano conlleva intencionalidad ya sea con una religión o con otra, ya sea con una psicología o con otra, o con una cabeza o con otra-. Pero, ¡ah!, el ser humano es diferencia y reconocerlo como tal, individualmente, es reconocer al momento que depara su diferencia y la imprescindible autodirección de sus propios sentimientos, de su vida.

En definitiva, la religión ha manipulado con el conformismo el inconformismo que implicaba -en responsabilidad- sus errores, ha jugado con los sentimientos humanos para conseguir, tras tantas guerras que ha provocado, que aún no sean -de hecho- “todos” considerados como personas con los mismos derechos.
Mientras se han muerto de hambre en algún lugar del planeta se les ha llevado imprescindiblemente religión, pero nunca se les ha llevado “por una vez por todas justicia” -eso no les produce tanto negocio o relevancia de poder-.

Cuando con constancia se multiplican las injusticias dan y darán publicidad a sus actos de bondad -sin embargo, de millones que se hicieron a través de la historia nadie los negoció así- y, al final, el fondo, el objetivo fondo es el mismo, pero descubierto ya un buen protocolo de “lavado de conciencia” que se sabe y se sabrá muy bien vender.

La mujer la sido la primera víctima de la religión: su desigualdad de derechos con respecto al hombre siempre ha sido dogmatizada por únicamente la religión, en cuanto a que ni siquiera podía rebelarse ante tal aceptación o resignación porque, rígidamente, quedaba establecida como orden o mandato divino (contravenir a eso la mayoría de las veces significaba la muerte).
La mujer ha cargado con el calificativo de "débil" únicamente por consideraciones religiosas. Y, también, religiosamente una mujer ha de ser: obediente a la familia -cuyo jefe o mandatario era el macho esposado-, calladita -pues se le vetaba meterse en política e intereses guerreros- y reproductiva -por eso nunca le podía negar al marido la cama, si no era mala o no era, como persona, ya una mujer dedicada a sus faenas y a sus obligaciones-.

También, antes de que se decidiera la guerra de Iraq, curiosamente, no se manifestaron los resposables religiosos para que no se llevara a cabo; así es, pretenden luchar contra lo malo pero... le dejan paso, lo consienten: lo dejan “preparado” para que se haga.

(1) De forma especial con las manos; ya que las usaba sobremanera y, con ellas, los instrumentos desarrollaban “per se”, para él, todo un lenguaje simbólico de poder o de seguridad.

(2) El lenguaje es compartido o ayuda a que se supere la inteligencia por “simbiosis” o entre todos los que la comparten.

(3) Los fariseos vivían separados de los impuros o se permitió en la India que unos seres humanos, los parias, prescindieran de una consideración humana, como se hizo con cualquier esclavo durante toda la historia.
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