domingo, 12 de octubre de 2014


LA VERDAD DESDE LA REALIDAD


En el mundo existen las cosas, no las no-cosas que implicarían inexistencia. Y tales cosas interaccionan: A le dice a B que existe. Eso es, A sabe de B y B sabe de A.

Ahora bien, ¿puede decirle A a B que no es A, que la percepción suya es errónea y que, por lo tanto, no existe objetividad al no haber una percatación de realidad? Pues no. Así de claro, por razón de que A puede decirle lo que quiera “como sea” por añadidura pero habrá de decirle primero qué es (por analogía pragmática).
Por ejemplo, una bujía puede decirle a un motor que es un cocodrilo – o sea, por una supuesta incapacidad perceptiva o por una supuesta intencionalidad de engaño- pero su propia funcionalidad “ya le está diciendo” –al interaccionar con él- que es una bujía –pues funciona, actúa, comunica como bujía-.
(Un ser hace –de serse- y busca la verdad desde la realidad; también puede hacer –de negarse- o buscar –con la emotividad- la mentira, pero la hará y la buscará, sí, desde la realidad.)

Con ello, las cosas comunican como lo que son y, así, un ser humano no puede comunicarse como un ratón –no existe punto de vista en este aspecto- para soslayar su objetividad de ser humano; por lo que cada cosa funciona como un algoritmo existencial expresando sólo y únicamente sus recursos reales, los que, de entrada, dispensa o proporciona un contexto real en concreto: el que actúa, el que “vive”.

Sin embargo, como complementariedad, el ser humano se encuentra vinculado a normas (se distinguen: la “norma de trascentalidad cívica”, por ejemplo el saludarse, el identificarse; la “norma social” –por costumbre, por convención, por ley o por ocasión de necesidad social- (1), por ejemplo ser mayor de edad a los 18 años; y la “norma de ejemplaridad” o de superación personal o social –narcisismo-, aunque más valdría llamarle “autonorma” al estar presionada por la misma voluntad, con el permiso de las demás normas) de sociabilidad que acuñan un “lenguaje social-emotivo” –pues el lenguaje social no puede ir por separado de una emotividad lingüística- y, por eso, a lo que conlleva su objetividad, instiga una pretensión, un valor desprendido de una inesquivable conducta social.
He ahí que, el ser humano, dice además con valores, valores que lo normalizan como ser social, aparte de que, tal hecho, no puede determinarlo como no-objetivo desde un principio.

El ser humano, por supuesto, “ya decide” –normas o no, valores o no- una vez que tiene conocimientos; conque todo ser –cualquiera- es un conocimiento de lo que sabe actuar, es decir, a priori es un objetivo de lo que sabe actuar: una capacidad cognitiva, una aptitud, un contenido cognitivo de la propia realidad.
A propósito del ser – que es lo único que es y sus efectos-, el ser –en su Dasein- sólo sabe ser: comportarse… realmente.
Así, el ser vivo sólo es de antemano conocimiento transmitido (instinto) y, luego, conocimiento por hábitos de experiencia fáctica (intuición) por encima o como ineludible base objetiva (2) a lo que, después, añada como conocimiento lingüístico –influido por valores, influido por una cultura-.

Sí, es cierto que la cultura existe, pero la cultura existe detrás de mucho; y no sin son la cultura arregla una sociabilidad en pos de lo que la naturaleza asentó –conformó- en cada ser humano.
Lo que ocurre es que los valores –una añadidura eficaz o no por reconocer o por fortalecer su objetividad- al ser deseos (por voluntad) pueden dirigirse a negar algo, a imponer (por deseo) que algo no es algo aunque su naturaleza ya esté actuándolo y, por lo tanto, reconociéndolo: que está actuando con ese algo.
Más claro, porque la voluntad puede desear, puede desear la deformación, el no-reconocimiento, en tanto que la voluntad puede desear no ser voluntad –irracionalidad- o desear que la existencia no es la existencia. He ahí que la voluntad tiende a ser -con la ayuda de la emoción- subjetiva, elige, cuenta con razones o no cuenta con razones, se apega extremadamente a su emotividad (punto de vista) o toma con prioridad los conocimientos racionales u objetivos, aquellos que se pueden demostrar con hechos o con argumentos coherentes.

Por ello, no hay un “consenso fáctico” ni otro “ideal”, por cuanto no es elegible lo fáctico –que ya es- y sí lo ideal para ser consensuado (3). Sí, el hecho y la voluntad sobre el hecho –que es otro hecho pero no lo que pretende- generan una conducta, una capacidad para comunicar; empero –sin conciencia o con una mínima proporción- se inclinará a comunicar su contenido de emociones, de subjetividad, de conveniencias irracionales.
Sí, de hecho, tales conveniencias irracionales (4) no pueden casarse con los hechos, por lo que no puede esperarse que conduzcan –ni en un ápice- a un resultado objetivo; teniendo en consideración que hablo de “conveniencia”, no precisamente que ésta carezca de elementos o de conocimientos racionales; porque, a fin de cuentas, la “conveniencia” destroza, deforma, la cohesión que debieran seguir esos conocimientos, esto es, al sustentarse unos con otros.
Por ejemplo, el conocimiento de “el perro es un animal” debe sustentarse en el conocimiento de “el perro es un ser vivo” y no en el de “el perro no es un ser vivo”, aunque la voluntad lo pretenda como deseo “deformador”.

No, no existe la “razón práctica” (5) por cuanto no existe la “razón ideal” y por cuanto la razón sustenta –cohesiona- conocimientos de realidades que se han hecho, no que se imaginan, no que se desean, no que se deforman. Es una obsesión de algunos pensadores, la razón cohesiona conocimientos objetivos –resultados de hechos, no resultados motivacionales o emotivos-.
Por ejemplo, un resultado motivacional puede ser el “negar algo” y otro el “no negarlo”; pues bien, la razón no puede cohesionar tales conveniencias: el que algo se sustente en su inexistencia (hic et nunc).

El ideal y el asentamiento subjetivo de valores estimula sólo a la voluntad –es un servicio para ella-, es una utilidad para la acción, o sea, se desprende o se referencia de unos hechos ya determinados (objetividad) por trascenderlos hacia otros –que no son los mismos- por condicionar con intención –con deseos- algunos de sus aspectos.
El ideal o el valor social, por ello, sólo quiere condicionar en lo posible a hechos que aún no los son; el ideal desea –programa- al hecho, no dice un hecho objetivo o en concreto, sino desea fortalecer capacidades –como "alerta"- para influir –actuar de otra manera- en otros hechos.

Los sentimientos son unas capacidades de acción condicionadas, sí, pero no todos los sentimientos son valores o ideales sociales, sino además – o ante todo- reacciones vitales, de supervivencia, de realidad.
Por ejemplo, la nostalgia propende a cohesionar hechos del pasado antes de que sean propiamente valores sociales, es decir, se informa –se sustenta- “conscientemente” sobre lo ya ocurrido, gracias a un imperativo de identificación o de supervivencia. Los sentimientos sienten un hecho primero antes de pretenderlo como valor: sienten el cómo se ama, el cómo duele, el cómo se espera algo, pero siempre con una vinculación directa a hechos, con una comunicación directa a conocimientos ya tenidos o que se están experimentando.
Sí, luego trascenderán a valores, a ideales.

El ser humano no se encuentra situado en el “centro de la diana” ni en otro centro inventado, sino en un contexto interactivo, con lo más próximo que le condiciona. Los sentimientos no son categorías, sino acciones que se rigen por categorías –por órdenes armónicos o racionales o contextuales inevitables-.

Lo intuitivo (6) es un conocer habitual, un conocimiento habitual, un “conocimiento-alerta” siempre pesando sobre nuestra conciencia actual, es decir, supone un “mazazo de realidad” en cualquier momento. Pero, cuando ese hábito-alerta se impregna de pretensiones, de direcciones voluntariosas, pues entonces se concibe una moral paralelamente a que se sienten las acciones bajo categorías de amor, en fin, de circunstancias concretas que permiten una reacción de miedo, de dolor o de subsistencia.

Es falso, totalmente falso que “lo que es real sólo podemos explicarlo con el recurso de expresiones lingüísticas” (Habermas) porque se dice con todos los recursos que cuenta un ser en su contexto o... con ninguno –no se puede dictar que todos sus recursos en cualidad no los utiliza- y, porque atienden o se sustentan sólo en realidad, la dicen: no va a dar el olmo bellotas porque lo diga él con su incoherencia o con sus caprichos deformadores.


(1) De aquí se desprende la intuición moral.
(2) Por ejemplo, en una golondrina “su volar” o “su emigración” es por instinto; en cambio “volver al mismo nido” para procrear es por intuición, pues ya se remite a una experiencia, a un conocimiento consolidado por una experiencia.
(3) La moral nace de la voluntad social que decide un ideal pero, esto, no debe mezclarse con los “valores” o capacidades fácticas de esperanza, amor, sosiego, etc. –digamos, mejor, que los valores de voluntad social influyen o condicionan a éstos últimos-.
(4) Que se comportan como orientaciones axiológicas o expresiones contrafácticas de una conducta.
(5) Puede existir la razón dicha por un ser humano (razón humana), es decir, la razón buscada, hallada, conseguida por un ser humano, pero no la razón que no se sustente en algo que no sea lo práctico.
(6) Lo intuitivo es una predisposición para reconocer conscientemente –realmente- tipos de conocimientos.

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