martes, 12 de octubre de 2010

LA CRUELDAD DE LA ESTOLIDEZ INDIVIDUAL Y SOCIAL


(La saturación y la mediación no vocacional -exactamente lo que ahora ocurre- son el caldo de cultivo idóneo para la estupidez.)


La idiotez o la estupidez tienen muy difícil solución conforme a que dependen, velis nolis, de la porfía, de la egotendencia, de la terquedad de tu impulso genético; pero, en cambio, la estolidez ya es más flexible a la voluntad y se determina por tus vinculaciones con el discurso social de tu época -incluso puede ser, a un mismo tiempo, con un discurso contigo mismo de tus libros leídos- que has adquirido culturalmente, que te han educado -a modo inamovible- para una mayor o menor eficacia de consecución coherente de los valores éticos. He ahí que la estolidez (de "stolidus") es una derivación o un producto de “prejuicios” en la consideración de que, un prejuicio, es la asimilación por el entendimiento -por el juicio personal- de sinrazones por simple ignorancia y, también, de sinrazones establecidas como válidas para unos intereses predominantes.

Sí, ante el estólido no hay más justificación que “eso es así y, si es así -sin que haya reacción sensata o en inamovilidad-, no hay por qué reparar en alguna responsabilidad; de tal manera que no hay escrupulosidad, ni empatía ni autocorrección: no hay contraposición a lo establecido, sino complacencia y, en único dirigismo, indiferencia institucionalizada (a través de unos “modales de comportamiento” no más que justificadores de esa falta de respeto hacia lo que el otro es verdaderamente en dignidad, por los daños que se le causan).

Al respecto, con la mujer durante siglos se aplicó, a saber, esa modalidad de la injusticia; pues, como las vejaciones de su desigualdad, eran tan habituales y tan “normales” al uso y costumbre de lo que tanto se consentía, no había por qué advertir que tales vejaciones, ésas, significaran algún sufrimiento. Y, en la actualidad, cuando se trata de la ablación del clítoris o de maltratar a un animal, es lo mismo: es el prejuicio (que no se encuentra en los genes), sin duda, es la estolidez, lo que se establece en estulto como "inmovible".

Tras eso aclarado, bien, para que tú sepas “lo que has hecho” siempre te has de dar cuenta primero de tu proceder sensato o acorde a unos principios éticos, los cuales se han demostrado sólo racionalmente y, desde ahí, con unos modales u otros -con tu carácter definido y tus recursos limitados-, promoverlos y defenderlos para que se practiquen. Tal cual, y que nunca sean unos modales que te hayan educado interesadamente o que sean unos cruelmente pasivos o hipócritas ante tu responsabilidad ética -e intraicionable- de lo que se hace o ocurre.

Cierto, sin caer en conveniencias sectarias o en positivismos en manos de la desatención ética, si un hombre viola a un niño con sentido del humor ES EL IDÉNTICO DAÑO que si ese niño no tuviera sentido del humor, si unos vetan la dignidad de esfuerzo al señor X es el idéntico daño que si ese señor X fuera homosexual o negro o “con otra forma de sentir”, si un marido a su esposa le rompe un brazo es el idéntico daño si su esposa fuera optimista o antipatriótica, si una familia impide un derecho o que se realice como persona un hijo es el idéntico daño que si ese hijo es introvertido o extrovertido, etc.

El negacionismo del daño por una cómoda y prepotente impunidad es lo más característico del depravado o del destructor de lo ético; pues justifica un hecho "que hace" totalmente injustificable por... algo, por su crueldad, cuando no se debe justificar POR NADA tal hecho.


José Repiso Moyano

martes, 5 de octubre de 2010

LA VALENTÍA


No se puede decir que algo es lo que no es; pues eso es confundir y, en su consecuencia, manipular.
La valentía es sólo la aplicación del ánimo que, estrictamente siendo volitivo -o por esfuerzo-, produce una eficacia en vencer los problemas o sus miedos.

Demostraciones de que es eso:

– La valentía es hacer un frente a lo que ocurre, a los hechos, a las cosas; es, pues, un afrontarlas, es una actitud. Sí, se puede tener cierto vigor genético pero, éste, primario -sea el que sea-, se ha de guiar obligatoriamente con ese conocimiento que se adquiere de las cosas, porque se afronten realmente tras conocerlas; o sea, es una decisión -con conocimiento de causa- ante las cosas.
– Así, siendo una actitud, también ha de ser ética o sustentada en unos principios; claro, con una autoridad cívica porque no tenga daños innecesarios en los demás (o que no sea una valentía sólo egoísta o perversa o cínica; por ejemplo: la valentía de suicidarse, la de matar a un niño para que no sufra, etc.).
– Y, desde ahí, siendo una actitud ética -ineludible en un contexto social por mejorar con prudencia las cosas- debe de ser la valentía constante, perseverante -o, al menos, en todo un hecho-; es decir, mantener su entereza porque una finalidad de mejora se consiga. He ahí que es, en esencia, un esfuerzo honesto, un aliento, una estimulación propia, una contraposición o una resistencia ante algo para que cambie. ¡Siempre!; es evidente, si no te contrapones a una situación o a algo por defender una óptima situación, ¿qué has puesto entonces de tu parte porque sea algo mejor?

Más claro, cuando quieres salvar a una persona de un incendio, en verdad no paras, no te detienes -perseverante- hasta que la salvas; y recurres a todos los esfuerzos tuyos posibles, en un arrojo sin apenas miedos habituales (porque tal valor, tal atrevimiento, lo vas afrontando primero en ti mismo venciendo... miedos), en un encararte -de corazón o de buena fe- con el peligro de la situación y, a él, ganarle. En eso, bien sabes que para ganarle con una eficaz valentía, has de tener unos cuidados necesarios y prudentes, los imprescindibles; cierto, has de tener una valentía inteligente, no de “matar moscas a cañonazos”, no de malograr esa valentía que tú únicamente, ahí, has decidido. Y es que, a veces, puede ocurrir que una valentía no sea la más prudente, la que se esperaba -o no sea una valentía debidamente prudente- pero, eso, no significa que no sea desde el principio una de buena intención, esa que intentaba... algo mejor.

En resumidas cuentas, el que es valiente utiliza su naturaleza (aptitud genética), su voluntad (aptitud cognoscitiva) y su ánimo (actitud cognoscitiva) para serlo en o ante un hecho que le “choca” o que le supone un obstáculo por defender algo, el cual quiere cambiar (actitud intencionada). Bien, si lo intenta cambiar con unos principios, ya es una valentía ética; y será prudente por cuanto se esfuerce en ser consecuente o coherente -al mínimo riesgo- para sus principios.

De sabido es que el no decir la verdad o el despreciarla, claro, es lo primero que atenta a todos los principios; pues los encauza directamente hacia la mentira, o los invalida en su ejercimiento o en su práctica, en coherencia. Sí, siempre se miente por una estrategia que, antes, es consciente aunque haya recurrido a cierta inconsciencia; y sólo es una estrategia del tener miedo por una protección interesada (no se miente si todo va bien o ya no si se quiere esconder algo por un miedo). Y, así, para vencer ese “tener miedo en las estrategias de la mentira” se necesita nada más que digno valor o una mínima valentía. Si no, la esencia, la virtualidad o la credibilidad de sus principios es un “agua de borrajas”.


José Repiso Moyano