domingo, 14 de diciembre de 2014

LA IRREVERSIBLE DIFERENCIA EN JACQUES DERRIDA

La “estructura” es para Jacques Derrida un organismo no completamente ontológico sino presente, funcional. Ésta va naciendo junto a la cultura, junto al lenguaje, junto al desarrollo social de los seres humanos y, desde fuera, no es posible determinar el momento preciso pues, tal complejidad, supone una creación en parte deslindada entre la relación ser humano-naturaleza. Digamos que, la “estructura”, obedece a un “centro” de utilidad epistemológica o referencial pero, al mismo tiempo, no evita ni puede evitar las infinitas transformaciones posibles de los conceptos que derivan al acontecimiento desde el cual “se mira”, o sea, “se mira” aun con una nostalgia de ideal o de mito tal “centro de la totalidad” de la “estructura”, que no es sino una equivalencia a la realidad fluyente.

Así pues, un acontecimiento y otro, se encuentran “encima” –de una forma irreversible- de todas las conformaciones –transformaciones- dadas, “encima” para seguir “un mismo juego de desprendimiento” aunque, a su vez, de “redoblamiento” referencial (“las transformaciones quedan cogidas en una historia del sentido cuyo origen siempre puede despertarse en forma de la presencia”).

Ante esta ausencia de un “origen” concreto, de una falta de fijación de lo que se desarrolla, Derrida se posiciona escéptico considerando prejuzgadamente que, los conceptos, debieran estar inmóviles para “alumbrar” ese origen, esa identidad que, para él –en un último término-, es inalcanzable.
Sí, el prejuicio deviene ora por la influencia de Nietzsche, ora por la influencia de Heidegger –mayormente-; en uno los conceptos de verdad se sustituyen por los de “juego interpretativo” (1), en otro se destruyen –por una egolatría existencialista-ontológicamente.

Al signo anarquizante le transfiere, él, la causa de esta desvirtuación del conocimiento; puesto que, el signo significante, se remite a su significado diferente y, así, no puede superar la oposición entre lo sensible y lo inteligible.
Éste se presenta como el gran problema, eso es, el no lograr borrar la diferencia entre significante y significado (y Derrida “inventa” el gran obstáculo del lenguaje: en el fondo, la diferencia entre naturaleza y cultura).

Por analogía discursiva “su” prejuicio nace ahí, en que la naturaleza-cultura ya no puede ser una “estructura”, no, sino que es lo que él “elucubra”, lo que a él -a mejor decir- le “conviene” filosóficamente: obsesivamente el hecho cultural.

Y dicho eso, ahora bien, el hecho cultural –que para esto sí conceptúa- ¿dónde está?, ¿en un mundo?, ¿en este mundo?, ¿en qué mundo?
Se puede afirmar sin duda que se refiere a este mundo, que está hecho “aquí”, en esto que llamamos mundo en general, lo que corresponde a “asentar” sin titubeos que es en esta realidad o… en esta naturaleza.
Sí, claro, es una ya evolucionada relación ser humano-naturaleza la cultura y, por tanto, el lenguaje “espontáneamente” lo corrobora; de ahí que, éste, sea “libre” derivando siempre de ese hecho-relación y, ¿cómo no?, adaptándose también a todos los “nuevos” acontecimientos.

Cierto es que, por este concreto camino, el lenguaje es una conformación inteligible –un orden por sí mismo- pero, siempre, “inferida” por una suma de conocimientos, quiero decir, “inferida” por cierta maduración de la experiencia del ser humano con y en su entorno.

Por eso el lenguaje no, no nace “al lado” –como compañero o amigo- de la realidad “inventándola”, jugando a “crear” realidad –como un dios- o interpretándola, no, sino –desde un principio e... inevitablemente- conforme a la realidad, viviéndola; por lo que, la realidad, más bien “interpreta” al lenguaje al ser, ella, quien de verdad “lo protagoniza” o “lo vive” o “lo deriva”, sobre la base evidente de que está la realidad “antes” del lenguaje y ella y sólo ella, digamos, “lo permite”.

En efecto, existe esa condición y sobreexiste, además, un progreso innegablemente en ella misma; en cuanto que el lenguaje no conoce, el lenguaje no vive, el lenguaje no experimenta nada (2) -el lenguaje no se va “de paseo”-.
De hecho, el lenguaje, podría sí él interpretar si se adaptara a un guión original o a una referencia “fija” o estable –porque se interpreta sobre lo que “ya” se encuentra determinado o hecho-, pero no es así. Lo que razonablemente existe es que, el lenguaje, evoluciona al par o con la realidad; luego es inmanente a ella considerando, asimismo, que en ella “está” el ser humano -no al margen-.

En este sentido, por aclaración, se interpreta lo que es esquivable -lo que sí o no con voluntad se puede interpretar-; y, tal hecho, no ocurre con la misma vida pese a quien pese puesto que, la vida, es una acción fehaciente del vivir la realidad, un estar ya en ella, un ser ella misma -más en claro-.

Derrida –con respecto a lo que sostuvo o aprobó Lévi-Strauss- habla de la vida, en incoherencia, como si fuese una exclusión del hecho esencial, como si fuese un dilema naturaleza-cultura que sólo eso consigue, en efecto, disociar los elementos que la esencializan, infravalorando el mismo soporte gnoseológico: el que “reconoce” que la vida es… conocimiento “se tire por donde se tire” y, en correspondencia, cultura, “pura” cultura o “modelo de una organización natural” –que ya ha de partir y sobrellevar lo natural-.

Bien, con esto delimitado, los conceptos no emulan sino lo que se vive; los conceptos “viven” y, por ser “más vida”, justifican a corto o largo plazo un cambio o una adaptación ineludible, pues tienen por obligado que conformar o actualizar más conocimientos o mejores conocimientos debido a, o por razón de, que no son unos “logotipos” sobre algo que se encuentra plenamente dado -no son guiones en los cuales lo vivido ya está hecho, señalado o preestablecido por... un desenlace-.

Un concepto, eso, un “resultante”, es una expresión vital –no inerte- que cuenta con que es vital de un modo extendido, y no se proyecta él mismo como un ente interreal, únicamente lo proyecta la realidad –desde un principio-. Por lo tanto, “beber” y “bebida”, y lo que suponen, entrambos, son “elementos” o “componentes” de una acción vital; ya se digan de una forma o ya se digan de otra, pero existen “evolutivamente” con una adquisición de un nivel de conciencia.

También, habló Derrida del método con “escepticismo”; luego conceptuaba sin darse cuenta “una acción vital”, de la cual se engendraba su pensamiento o filosofía. Así es, reconocía -ni más ni menos- ese concepto como insoslayable, como existencial; no obstante, ya lo extrapoló a otra concepción vital, a la del “ser es diferencia”, “advertencia” que conllevaba o implicaba una conciencia –en suma- de la realidad.

Quizás el principal error de Derrida haya consistido en eso, en esa manida u obsesiva búsqueda hacia atrás, en su afán por estructurar “de igual manera” –haciendo tabla rasa- lo que antes se determinaba como más primario para el ser humano y lo que “ahora” es “en complejidad” o es “en su natural complejidad”.

Sí, cierto es que, todo signo, ha tendido hacia una sobreabundancia de significados; lo que ocurre es que, esa tendencia, es un hecho natural con la misma naturalidad que los seres vivos, sin remedio, han tendido hacia la hibridación (las primeras células comportaban un significado que nunca “ahora” podrán comportar, porque la realidad “de vida” es más compleja).
Ese prejuicio, el de Derrida, radica en... acopiar conceptos para estructurarlos –o pretender estructurarlos- en una realidad que ha progresado -y progresa-, que “ahora” es distinta en gran parte.
Claro, esto no excluye al concepto mismo ni lo niega, sino al forzado acomodo racional que se pretende.

Y este error, reiterado así, lo muestra también contundentemente Lévi-Strauss: “Cualesquiera que hayan sido el momento y las circunstancias de su aparición en la escala de la vida animal, el lenguaje sólo ha podido nacer todo de una vez”.
Ante esto, es deducible cierta visión “mesiánica” o “de abracadabra” -algo imposible en la realidad- que “revirtió” en el hilvanado pensamiento estructuralista hasta nuestros días.


(1) Para interpretar, primero ha de existir un guión original o un hecho ya delimitado para interpretar y, puesto que ese guión no existe de forma estable en la vida –en cuanto a su “multitud de estados o circunstancias y condiciones” de libertad que las varían-, el ser vivo “vive” la realidad.

(2) Siempre se interpreta lo que ya está al lado, lo que nos exige una guía a voluntad, una interpretación; en cambio, la vida –y el conocimiento intrínseco en ella- “vive”, no es una exigencia ni mucho menos, ni siquiera algo esquivable como lo es toda interpretación.
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