miércoles, 20 de agosto de 2014

MANIPULACIÓN PSICOLÓGICA
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Antes de la aparición de la escritura el ser humano se expresaba (al igual que cualquier otro animal, pues expresaba vida, “su nivel de conciencia de vida”) gesticularmente con su cuerpo (1), con unos mínimos símbolos verbales y, además, con unas comunes -o menos comunes frente a los demás- actitudes socializadoras; pero, cuando se sirve de la escritura en el milenio IV a. C., entonces, “guarda” sus expresiones, las exhibe y las recupera mnemotécnicamente de un día para otro.
Es decir, cultiva (con un método o a partir de un método, ya con un sistema intelectivo- su expresión verbal; es decir, desarrolla su expresión social (2); es decir, se motiva -surge la “intención social” sujetada a ese método de expresión social- al comprobar que trasciende lo que conoce -que ya no es para sí o para un fugaz presente- o que es valorizado más allá de él mismo.

La escritura, por eso, supuso el decisivo estímulo intelectivo en su inherente orden social -no individual- porque, la evolución, aquí comportara una amplitud de conocimientos sobre el medio; conocimientos que “ahora” se complementaban, que se aunaban favoreciendo, sí, una inesquivable capacidad de comunicar expresiones más conscientes: por constituirle al conocer, en su desarrollo, una responsabilidad, pues sólo a través del conocer más sobre algo se adquiere más responsabilidad, más implicación, más dependencia cognoscitiva sobre ese algo.

Sin embargo, si el dolor se encuentra apegado -por consecuencia- a lo más elemental que vive un ser vivo -puesto que lo que le destruye le afecta-, así, el ser humano no puede evitarlo ni siquiera en su ya nueva determinación consciente y, por ello, se duele inevitablemente, siente la soledad y la necesidad de contrarrestarla con la búsqueda del principio demiurgo de su existencia; claro: vinculado a un sentido antrópico de ése.

El ser humano, que es el que “se duele”, y elige primero el remedio para sí, no precisamente para el Universo debido a que, él, necesita una devoción hacia algo que no sea humano -pero sí permanente-, hacia algo que sí importa, hacia algo que identifica... humanamente.

El hecho es que la religión es connatural a la conciencia y los “dioses” habitan en la misma naturaleza que conoce el ser humano y, por ende, ya desde el principio simbolizaban el cielo, el Sol, el mar, el bosque, etc.
No obstante, ocurrió algo que transformó la religión, alrededor del año 1000 a. C. nace en la ciudad persa de Backtriana el profeta Zarathustra, quien crea el mazdeísmo introduciendo un Poder Bueno atribuido a Ahura Mazda y un Poder Malo atribuido a Angra Mainyu; asimismo introduce los conceptos religiosos de Creación, de Primera Pareja Humana, de Santísima Trinidad, de Diluvio Universal, de Cielo e Infierno y de Libre Albedrío posteriormente utilizados por las religiones monoteístas: por el judaísmo, por el cristianismo y por el islamismo.

Para Zarathustra la maldad es un error ante la creación de un ser humano perfecto, puro; un error que debe subsanarse por medio de la “luz” que concede Mithra o su culto (Mithra ya es mencionado anteriormente en la India por los vedas).

Pero la religión se dirigía a los demás desde donde todo se controlaba, desde el poder: En las primeras ciudades sumerias el templo era el gran centro productor de riquezas, las cuales administraban unos sacerdotes supeditados a un líder religioso o “Señor”.
Así que, en el origen, religión y explotación fueron sinónimos, desde luego, correspondiendo al más poderoso la condición más divina -a la que había de obedecer- o, por “ley”, ante el cual los demás tendrían que ser sumisos.
Y los sacerdotes siempre pertenecieron al más alto rango, a la aristocracia o nobleza, “ninguneando” el dolor de los esclavos en pro de una manipulación precisa para que unos vivieran mejor.

Al igual, en la religión egipcia, el faraón y sus sacerdotes poseían la bendición segura ante el tribunal de Osiris empero, al resto, se les obligaba a obedecer de una forma u otra: con las abnegaciones o con los sufrimientos necesarios -aunque no reconociendo explícitamente que fueran sufrimientos, porque era... malo, en función de que había que estar contento “hacia fuera” en agradecimiento a los dioses y a los que comían un día sí y otro también por medio de ellos-.

La religión ideó, especuló y garantizó el sistema de privilegios que aún persiste; y, de hecho, tuvo que imponer un “miedo o represalia tras la muerte para que, todos, esos privilegios los consintieran.

El que ofrecía el sacrificio a los dioses de seguida, pues, se veneraba.
En los vedas lo preparaba el jefe, el padre de familia con la colaboración de un bramin; éste, un sacerdote especializado en la ceremonia del sacrificio, conocía “especialmente” la concepción panteísta del dios Brahma y, así, poseía los secretos de tal ritual al mismo tiempo que concebía perfecto un sistema de castas.
En fin, en el budismo se debía, por regla, ofrecer también sacrificios a los dioses y obsequios a los sacerdotes; aunque desde la pasividad, desde la no-acción para “no sentir” deseos, desde un estado inmunizado o extrapolado a ciertos sentimientos negativos -o a casi todos- para sentir un supersentimiento positivo y grandioso de paz con una forzada sonrisa eterna ante el nirvana.
El budismo, después, mediante la reforma del rey Asoka, permitió el “ilusionismo” dirigiendo al ser humano al ascetismo en el cual, tras ese aislamiento que restringe los deseos mundanos, se alcanza la paz: como una misantropía -y de hecho lo es- psicológica vistiendo o inventando la compasión con sueños o con ilusiones de meditación; es decir, negando -por el bien de todos- el que uno sienta su dolor porque se considerará un error el que lo sienta, ya sea de injusticia o de no tener su divina gracia meditabunda (¡ah!, y la que sienta el dolor de un hijo al parirlo está muy equivocada).
Comoquiera que se defienda lo indefendible, el reformador Thong-Kaba en el siglo XIV le remitió -influido por cristianismo- al budismo una jerarquía semejante al monasticismo cristiano; con esto, esa religión redentora -como todas- ya cuenta con la adoración imprescindible a un jefe, a un hilo directo con la eternidad, a un Dalai-Lama también y, a su vez, a todos sus rituales de meditación propios de él.

Siguiendo con las diversas religiones:
Del mismo modo, en Centroamérica, los aztecas -aunque lejanos- ofrecían sacrificios -humanos- a los dioses en beneficio de una particular condición guerrera de su imperio; y, en Sudamérica, los incas se guiaron por el poder teocrático de los intereses de su inviolable y supremo Inca.
En la religión semítica el culto a Moloch, en Asiria, requería el sacrificio constante de niños y automutilaciones.
En Grecia, el sacerdocio era exclusivo de la nobleza lo mismo que en Roma, en donde empezó siendo un privilegio de los patricios.
En los celtas, los druidas impartían la justicia, la enseñanza y la curación desde la adivinación y también desde los sacrificios humanos.
En China, el confucionismo deificó al Emperador como “Hijo del Cielo” y, el taoísmo, inducía a todos para beneficio imperial a la pasividad -al monasticismo-, a la no-acción, ya que la acción debería corresponder a los duendes y a los “genios” de la naturaleza.

Así que las clases sociales siempre se originaron por los tejemanejes de la religión (3), pero ésta manipuló el dolor y la insatisfacción -negándola- de los que la aguantaban y les aguantaban las injusticias: recurriendo a unos eficaces estados de positividad que siempre celebraba la resignación o el no hacer nada frente al poder.

La manipulación psicológica de los sentimientos, sin duda, ha constituido la verdadera base o apoyo de los que se pasaban la vida aconsejando mientras que ellos se reservaban muy bien sus privilegios u honores sociales; y consistía, bien, en inculcar que los otros sufrían por sus propios errores -ellos no tenían errores-, o sea, que ya en adelante no fueran tontos y se adentraran en la buena conducta que ellos les predeterminaban exterminando sentimientos o reconocimiento de hechos.

Lo importante, según los ascetas -y según algunos oportunistas psicólogos modernos- es que sigan unos consejos, que vayan para acá o para allá y, claro, con positividad -que significa sentir lo que ellos quieren censurando a quienes les digan lo contrario al margen de ese positivismo de nosequé-.
Los consejos son los que han inventado “lo positivo”.

Bueno, otras veces se habla de un equilibrio con la prohibición de sentimientos a unos sí y a otros no, según convenga o según la moda; otras veces de un equilibrio exacto al de la naturaleza -que no puede existir, no, en cuanto que el ser humano conlleva intencionalidad ya sea con una religión o con otra, ya sea con una psicología o con otra, o con una cabeza o con otra-. Pero, ¡ah!, el ser humano es diferencia y reconocerlo como tal, individualmente, es reconocer al momento que depara su diferencia y la imprescindible autodirección de sus propios sentimientos, de su vida.

En definitiva, la religión ha manipulado con el conformismo el inconformismo que implicaba -en responsabilidad- sus errores, ha jugado con los sentimientos humanos para conseguir, tras tantas guerras que ha provocado, que aún no sean -de hecho- “todos” considerados como personas con los mismos derechos.
Mientras se han muerto de hambre en algún lugar del planeta se les ha llevado imprescindiblemente religión, pero nunca se les ha llevado “por una vez por todas justicia” -eso no les produce tanto negocio o relevancia de poder-.

Cuando con constancia se multiplican las injusticias dan y darán publicidad a sus actos de bondad -sin embargo, de millones que se hicieron a través de la historia nadie los negoció así- y, al final, el fondo, el objetivo fondo es el mismo, pero descubierto ya un buen protocolo de “lavado de conciencia” que se sabe y se sabrá muy bien vender.

La mujer la sido la primera víctima de la religión: su desigualdad de derechos con respecto al hombre siempre ha sido dogmatizada por únicamente la religión, en cuanto a que ni siquiera podía rebelarse ante tal aceptación o resignación porque, rígidamente, quedaba establecida como orden o mandato divino (contravenir a eso la mayoría de las veces significaba la muerte).
La mujer ha cargado con el calificativo de "débil" únicamente por consideraciones religiosas. Y, también, religiosamente una mujer ha de ser: obediente a la familia -cuyo jefe o mandatario era el macho esposado-, calladita -pues se le vetaba meterse en política e intereses guerreros- y reproductiva -por eso nunca le podía negar al marido la cama, si no era mala o no era, como persona, ya una mujer dedicada a sus faenas y a sus obligaciones-.

También, antes de que se decidiera la guerra de Iraq, curiosamente, no se manifestaron los resposables religiosos para que no se llevara a cabo; así es, pretenden luchar contra lo malo pero... le dejan paso, lo consienten: lo dejan “preparado” para que se haga.

(1) De forma especial con las manos; ya que las usaba sobremanera y, con ellas, los instrumentos desarrollaban “per se”, para él, todo un lenguaje simbólico de poder o de seguridad.

(2) El lenguaje es compartido o ayuda a que se supere la inteligencia por “simbiosis” o entre todos los que la comparten.

(3) Los fariseos vivían separados de los impuros o se permitió en la India que unos seres humanos, los parias, prescindieran de una consideración humana, como se hizo con cualquier esclavo durante toda la historia.
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