lunes, 1 de diciembre de 2008

EL UNIONISMO


Desde la noche de los tiempos el unionismo ha estado ligado a la asunción de poder; primero de las tribus, luego de los pueblos -en el sentido regional- y, después, de las naciones que condujo al vasallaje del imperio, es decir, a una dependencia feudataria que permitía, además, ese arrimar hombros para proteger y endiosar a una nación.

Por eso, por cierto y por verdad, el unionismo es una herencia de la supeditación convenida, que ha escudado a las grandes naciones más allá de una consideración por lo estrictamente local; y, desde hace unos pocos siglos, ha sido una forma de reafirmar sus economías (el nacimiento de grupos comerciales, o la asociación de empresas: "trust"), de potenciar sus estructuras políticas, aun de levantar a unas frente a otras -por lo que se desahucian las más débiles, se excluyen-.

Si ahora vivimos tiempos más civilizados, por la consecución de derechos y por la división de poderes que propugnaba Montesquieu, tal asociación de países no es un error si buscara intereses más globalizadores de fraternidad o solidaridad; pero eso no se realiza porque, en el fondo, rigen las machacadoras y codiciosas reglas del mercado no perdonando, en cuestión, a nada: las riquezas se obtienen de injusticias, son el resultado de desvenjadas, de presiones de grandes intereses económicos establecidos ya como poder injustificable para la igualdad -de los recursos en pro de una mínima supervivencia- y de la acumulación no regulada o limitada dignamente.

Sí, de forma brillante se habla de seguridad como si, la seguridad, fuera “estar a la defensiva” siempre ante los marginados por las economías cada vez más enriquecidas, más asentadas con poder desproporcionado y más depravadas frente a las que... ni siquiera se tienen en cuenta.
Pero, ¿seguros de qué quieren estar, por firme?, ¿de quiénes y para qué quieren estar seguros estos asociacionismos de riquezas?, ¿acaso de no mirar o de no afrontar la miseria que provocan?, ¿qué consideran que es la responsabilidad?

En un mundo global, refortalecer a Europa sí, pero ¿frente a qué y para qué? Está claro que, según los fines -que suelen ser de refortalecer el “eterno” y provechoso “occidentalismo”-, se instigará más pobreza o desigualdad o no.

Por ello, si se habla de humanidad, es más que indispensable el desmarcarse con unas pautas éticas contra ese “histerismo” economicista del poder; e inculcar, también, un modelo que no, no menoscabe aún más a los excluidos porque, sus carencias -en todos los sentidos-, no son amenazas nunca ante la egoísta seguridad de los que están con mucha riqueza que no corresponde a una digna supervivencia humanitaria, sino son “un resultado” de que están así, porque sólo “sobreviven o sólo se desesperan” de una forma lógica en la miseria.

La emigración, el trabajo infrahumano o clandestino -caldo de cultivo de la explotación- o el crear conflictos sociales de “delincuencia”, a veces son caminos inevitables para los que sólo recurren a sus dignos derechos para sobrevivir o, sin poderlo eludir, con sus mínimas necesidades, no conocen cualquier otro camino.

Así que, lo que es la nueva sociedad, debe atender a eso, a un análisis más social, menos peyorativo frente “a los que recogen las migajas de sus excesos y vicios”, de su “seudobienestar; y, también, se debe pensar que, la mayoría de los países pobres, no son los que especulan o embaucan “a todo riesgo” con plusvalías y con usuras en sus mercados, sino los que no quieren estar al margen de lo que les corresponde mínimamente, y lo exigen -ya sea por manifestaciones pacíficas o violentas-.
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